El inicio del final

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La seda de la sabana era suave, lisa al tacto del dormido Horacio bajo esta. El hombre comenzaba a tener recuerdos efímeros de momentos reales; una risotada que vibró en toda la habitación de cemento, el estallido del bate de béisbol impactar contra el suelo repetidas veces, los jadeos de dolor que soltaba el por aquel entonces castaño.

La piel bajo las sabanas comenzó a sudar mientras temblaba entre estas, arrugandolas con sus manos al apretarlas, respirando tan rápido y entrecortado como si estuviera a punto de ahogarse en el fondo del agua.

El marcapasos a su lado anunciaba el acelerado latido de su asustado corazón debido a aquellos recuerdos. Comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero era imposible. No podía enunciar palabra alguna, era como si le hubieran cosido la boca porque sabían que iba a decir algo. Un secreto ahora sin voces.

—Horacio… Horacio…

A lo lejos una dulce voz llena de preocupación tomaba su mano física, acariciando esta con cierta fuerza mientras lo llamaba, logrando su objetivo de despertarlo a los pocos segundos.

—Estás bien, estoy aquí… —susurraba y siseaba para él, llevando su mano a sus labios y besando su dorso lentamente— Todo está bien…

Horacio abre sus ojos con lentitud, siendo iluminado por la escasa luz solar que se colaba tras las cortinas de la blanca habitación. Parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luminosidad, detallando poco a poco al hombre de cabello grisáceo a su lado.

—Volkov…

La expresión facial del hombre cambió drásticamente de tristeza con ojos rojos e hinchados a una de felicidad absoluta, se levantó de su silla con rapidez y se arrodilló en el suelo, a un lado de la cama para estar junto al herido.

—Tra-tranquilo —intentaba pronunciar con su nudo en la garganta— No te sobreesfuerces, te operaron ayer, debes de descansar.

El chico en cama con ojos apagados sonrió levemente observando al ruso preocupado a su lado, como pudo apretó el agarre de sus dedos y acarició estos con su pulgar. Recordaba a la perfección esa sensación de felicidad y conforte que le brindaba el menor.

—¿Me veo muy mal? —susurra para el ruso, el cual niega con su entrecejo fruncido. Horacio ríe brevemente, dejando en silencio la habitación por unos minutos— ¿Me quieres aun si me veo mal?

Volkov quedó en silencio por un par de segundos, dejando su mirada en el rostro triste de Horacio, quien al no recibir una respuesta inmediata tragó en seco como pudo y esquivó la mirada hacia sus manos juntas.

—A-aún no he dicho que yo… —susurró el ruso para él, creando un nudo en la garganta del mayor, cuyos ojos sentía arder.

Ladeó su rostro hacia las cortinas y aflojó su agarre con el de cabello grisáceo, apretando sus ojos para no verlo, sacando de ahí un par de lágrimas que demostraban que eso le había dolido.

Aquel acto repentino hizo abrir los ojos al ruso, quien se levantó del suelo y rodeó la cama para ver al chico, se acercó a él y acunó su rostro entre sus manos, obligándolo a verlo mientras con sus pulgares limpiaba sus lágrimas.

—Usted es más abierto que yo… pe-pero eso no significa que no lo quiero.

—Tuteeme —pidió en un hilo de voz.

Soltando un suave suspiro el ruso se fue acercando con lentitud, cerrando sus ojos y conectando su frente con la contraria del chico que ahora lloraba en silencio debajo suya.

Horacio intentó detallar el rostro ajeno, pero era imposible debido a la escasa luz y lo cerca que estaban el uno del otro. Como pudo elevó sus manos que dolían, sus huesos sencillamente no los podía mover con libertad, e incluso así los llevó hasta las muñecas del ruso.

El Volkacio pa' miWhere stories live. Discover now