Ni la Rosa de Guadalupe tiene estas escenas

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El dolor de su pierna operada, los hematomas y todo el dolor que alguna vez sintió al principio del mes pasado no se podía comparar con el que ahora sentía al ver a su propia hermano en el bando opuesto.

¿Era por esto que Conway lucía tan molesto y confundido? ¿Era por esto que Gustabo de un momento a otro dejó de visitarlo? ¿Era este su "trabajo"?

—No te preocupes, Horacio —habló lentamente el de cabellos rubios y maquillaje de payaso estando de cabecilla a la mafia, justo enfrente del CNI. Su segunda reunión— Solo quiero a Conway, no le haré daño ni a ti —lo señaló— Ni a la Chele —señaló a la persona vestida de negro con curvas— Al rusito —señaló a Volkov apuntandolo con un arma larga— Ni al niño —Carlos— Solo al viejo —y finalmente lo señaló con una sonrisa ladina al hombre frente suya.

—Pero, Gustabo… —inquirió Horacio dando un par de pasos hacia al frente, queriendo acercarse a su hermano, pero al instante se detuvo al ver cómo era apuntado por la mafia. Con esto sintió un gran dolor en su ser, una herida que no llegaba a ser física.

—Bajen las armas —ordenó el rubio, siendo sus normas acatadas al instante.

Horacio sintió su labio inferior temblar levemente, con lo cual lo mordió y frunció su ceño para obligarse a ser fuerte. Tomó su capucha y la retiró junto con su máscara, retirandola y tirandola al suelo al igual que su arma.

En pasos pequeños se fue acercando a su hermano, tragando en seco y siendo menos valiente que Conway, quien literalmente había dado vueltas alrededor de la mafia minutos antes. Colocándose frente a su hermano lo miró a los ojos, elevó sus manos y las colocó sobre sus hombros con firmeza.

Quedándose ambos en silencio, escudriñando sus rostros y leyendo sus ojos oscuros que Horacio rogaba que estos pidieran ayuda, pero no había nada más que resentimiento. Lanzó un suspiro al realizar un rostro de tristeza. No habían zafiros brillantes, sólo unos oscuros orbes sin fuerza.

—Gustabo —susurró para el rubio, esperando la respuesta que nunca llegó— Vuelve a casa, Gustabo… Te llevaré a casa y-y… —lanzó un jadeo apretando sin quererlo los hombros contrarios— Y todo estará mejor… Vuelve… Gustabo… Lo prometiste cuando huímos de casa… Siempre juntos.

Unos minutos de silencio se hicieron presentes, donde ambos hombres se miraban, uno sin expresión alguna y otro completamente destrozado por dentro.

—Veamonos a solas —susurró el menor de ambos— Tú y yo solamente, tu escoges la ubicación.

El rubio con maquillaje más blanco que de costumbre elevó sus manos y las colocó encima de los brazos contrarios, asomó su rostro y lo dejó a un par de centímetros del otro.

Ambos ojos conectaron de golpe, los orbes azules sin vida intimidando a los marrones con miedo, los cuales combatían para ser los más fuertes en las miradas, sin éxito alguno.

—Por eso Gustabo se fue —susurra el rubio sonriendo socarrón— Eres un blandengue.

Y con ello, retiró de un empujón los brazos del contrario, haciendo que diera un par de pasos hacia atrás para no perder el equilibrio. Dando media vuelta y siendo apuntados por el CNI, la mafia abandonó aquel túnel donde habían quedado para discutir.

Horacio desde su lugar, estático y con su mano izquierda en el aire viendo como su hermano desaparecía entre la brillante luz al final del túnel, no hizo más tragar en seco y morder sus labios.

Y por primera vez deseaba que todo hubiera sido un sueño, que no estuviera atrapado en aquella jungla de concreto llamada "Los Santos" con un hermano con el que añoraba su regreso.

El Volkacio pa' miWhere stories live. Discover now