La profecía decía que las almas pecadoras irían al infierno

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Colmillos amarillos que formaban una sonrisa ladina; era una de las imágenes hechas pesadilla más recurrentes que se creaban en los sueños del adolescente rubio. Estaba acostumbrado casi a diario a abrir sus ojos de golpe con un corazón acelerado, sudoroso y con manos que temblaban sobre el suelo de tierra donde dormía.

Rápidamente se irguió sobre su puesto, exaltado y viendo por todas las esquinas posibles de la oscura habitación de cemento con intenciones de encontrar la sonrisa amarilla brillante. Al recordar que había sido un sueño y que ya había despertado por completo, suspiró aliviado, elevando la mirada al techo zinc agujereado, viendo entre estos las estrellas de la oscura noche, calmando en cierta manera la ansiedad y miedo de su rubí sin brillo.

—¿Estás bien? —una voz jovial y adormilada lo obligó a voltearse a su lado en el suelo, viendo acostado al mayor cubriéndose con la manta compartida.

El adolescente agitado asiente lentamente, viendo cómo el contrario frotaba sus ojos con fuerza y luego palmeaba a su lado mientras abría la manta para que se acostara cerca de él. Con una sonrisa pequeña el rubio volvió a acostarse a un lado de su hermano, acomodándose con cautela y siendo recibido por un brazo izquierdo en un pequeño abrazo que le transmitía seguridad.

—James… —llamó el rubio en un susurro.

—Mmm… —respondió somnoliento.

—He visto en el periódico una ciudad cerca de aquí, se llama Los Santos… —queda en silencio por un par de segundos, esperando algún tipo de respuesta que no llegó— Y he estado pensando que… El Pueblo ha quedado muy chico para nosotros… ¿Qu-Qué dices?

—Terminemos de estudiar —murmura el chico, apretando con suavidad el cuerpo contrario en ese pequeño abrazo— Después hagamos lo que quieras, Joe.

Y lo que comenzó como una pequeña idea y un sueño en pro de un escape en búsqueda de algo mejor, terminó siendo un encuentro fortuito de sus propias personalidades.

De sus verdaderos seres.

—Se ha abatido a toda la mafia, C —habló Trucazo por radio— Volkov ha abatido a algunos cuantos, estamos verificando si tienen pulso… —quedó en silencio por unos segundos y volvió a hablar— Me cago en la puta, Yun Kalahari escapó en helicóptero…

—10-4 —respondió Conway al otro lado, relamiendo fugazmente sus labios con su entrecejo fruncido—No me importa el chino por ahora, necesito que hagaís perímetro por la zona, Pogo no debe de andar lejos.

La oficina se hallaba en un silencio sepulcral a comparación con los últimos días más ajetreados que alguna vez Horacio haya experimentado junto con Conway. Ambos hombres, uno mayor que el otro, estaban en silencio, el mayor preocupado mordiendo los pellejos de sus labios y el otro tenso como una piedra.

—¿Por qué estamos aquí? —pregunta Horacio después de unos segundos, estresado— Gustabo me hizo un emboscada y usted me trae hasta aquí, ¡debemos de ir a por él!

—Calma —comenta sacando un cigarro y encendiendolo para darle un par de caladas— Nosotros también le hicimos una emboscada, estamos a mano con el payasito.

Horacio suelta un suspiro.

—¿Quién dijo que podiaís seguirme? —murmura con molestia y una ceja enarcada.

—Horacio —llama su atención, frunciendo su ceño de nuevo— Sí Volkov no nos hubiera dicho que estabas con Gustabo a mitad de la nada, quién sabe qué hubiera pasado… ¿Te imaginas? ¿Eh? —pregunta con sarcasmo— A Volkov en estado vegetal para toda la vida… ¿todos nosotros muertos?

El Volkacio pa' miWhere stories live. Discover now