Capítulo 64. Gambita de Dama.

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Riiiiiiiiiing. 

El telefonillo sonando y la jefa de las poetas saliendo a propulsión de la cocina con un trapo en el hombro, derrapando al final del pasillo y a punto de volcar en el rellano de su piso de abuela. 

- ¿Sí? -preguntó, tan nerviosa que le salió un tono demasiado agudo. 

- Soy... soy Alba. Alba Reche. 

- ¿Contraseña?

- No... no teníamos acordada ninguna contraseña, Natalia -la morena no necesitaba verla para saber que estaba roja como un tomate y que se estrujaba los dedos. 

- Pues entonces no vas a poder subir, ¡lo siento! -y colgó fuerte, para que la científica supiera que iba en serio. 


Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing. 


-¿Sí?

- Naaaat... á... ábreme, porfa... 

- ¿Contraseña? 

- Ehm... ¿Alohomora? -susurró en un hilito agudo de voz. 

- ¡Mec, error! 

- ¡Carmaikel! ¡La contraseña es Carmaikel! -dijo la rubia atropelladamente, como si acabara de encendérsele la bombilla. 

- ¡Correcto! Ya puede usted entrar, señorita Reche. 

- La voy a coger y la voy a... 


Refunfuñaba Alba mientras se perdía en el hall de entrada del bloque. Natalia colgó el telefonillo con una sonrisa de oreja a oreja que desapareció en cuanto fue consciente de que nada más y nada menos que Alba Reche se disponía a entrar en su piso por primera vez. Corrió a toda prisa hacia el comedor, donde tenía ya una película en pausa preparada, la mesa puesta, los cojines ahuecados y unas velas aromáticas dando ambiente y olor a fresas. Todo a punto para la llegada de su invitada de excepción. 

El timbre de la puerta sonó al mismo tiempo que el del horno, por lo que tuvo que elegir rápidamente a qué atendía primero. 


- Siempre te elegiría a ti, Albi -dijo nada más abrir de un tirón. 

- Pe... ¿pero qué pasa? -frunció el ceño ante tal recibimiento, con los ojos muy abiertos, oscilando sobre sus pies adelante y hacia atrás y las manos en la espalda. 

- Que acaba de sonar el horno, baby. ¿Me das un besito y voy a sacar la pizza para que no se queme?

- Claro que sí -apretó su sonrisa tímida, se puso de puntillas y le dio un beso de labios casi tan tierno como ella-. Pero voy contigo a comprobar esa pizza, que a mí me gusta con el culito duro. 

- A mí también -murmuró la morena, viendo cómo Alba enfilaba el pasillo que llevaba a las habitaciones sin cerrar ni la puerta, contoneando el trasero, enfundado en un pantalón ajustado que no le conocía. 


La cocina estaba en la otra dirección, pero Natalia dejó que se perdiera un poco antes de sacarla de su error. Se apoyó en el marco de la puerta y cruzó los tobillos y los brazos hasta que la figura de Alba se perdió entre las sombras. 


- ¿Nat? -resonó su voz asustada en el fondo del pasillo oscuro. 

- ¿No tienes olfato, o qué? Solo tenías que seguir el increíble olor de la pizza, calamidad -rio entre dientes. 

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