Capítulo 23. In albis.

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Mientras recogían sus cosas para salir de la biblioteca de los horrores, el teléfono de Alba empezó a vibrar. Fue imposible para la rubia cogerlo en ese momento, por lo que, una vez fuera, devolvió la llamada, intentando alejarse de una Natalia que tenía la antena parabólica a su máxima potencia. 


- Hola, Sab. Sí, a las diez en casa de Afri y Marilia. Sí. Sí. Yo llevo los calentadores y lo demás, no te preocupes. Sí. La peluca azul es la mía. De acuerdo. Un saludo. 


Natalia no hizo ningún comentario y continuó su camino unos pasos por delante de la rubia. Alba se colocó a su lado cuando colgó la llamada, sin saber muy bien cómo romper ese incómodo silencio que se había establecido entre las dos. 


- ¿Estás enfadada? 

- Pues claro que no, ¿por qué debería estarlo? -dijo con ligereza. 

- No deberías. 

- Pues ya está. ¿Quieres cenar, o tienes un delicioso tupper programado para esta noche? 

- Tosta de gulas con gambas -se pasó la lengua por el labio superior, sacando una sonrisa a la morena. 

- Me flipa, siempre la pido en los bares. 

- Con alioli del Mercadona -Natalia gimió con esa mención y Alba sintió un latigazo inesperado a un palmo por debajo de las tripas. 

- Se me hace la boca agua. 


Entraron en el subsuelo y esperaron una al lado de la otra la llegada del metro, más cerca de lo necesario, sobre todo teniendo en cuenta que una de las personas implicadas era Alba Espacio Personal Reche. Entraron en su vagón y continuaron manteniéndose cerca, como si la fricción de sus brazos al caminar hubiera creado un campo magnético que las empujaba a la una contra la otra. Alba quiso permanecer en esa sensación de seguridad que le embargaba cuando estaba con Natalia, y se lamentó de tener que esperar hasta el lunes para volver a compartir sus dos paradas habituales. 


- Disfruta mucho de tu cosa -le dijo cuando estaban cerca de separarse. 

- No me importaría que vinieras, pero te vas a aburrir. 

- Autoinvitarse está feo. No puedo ir dando lecciones de dignidad y no tenerla -rio entre dientes. 

- No me disgusta tu compañía, así que tu dignidad está a salvo. De momento. 

- Parece que siempre estoy a prueba, Reche. 

- Es que lo estás, Lacunza -se subió las gafas con suficiencia, y Natalia disfrutó de que la rubia supiera jugar-. Pero vas pasando de pantalla. 

- Es tu parada. Pásalo bien este fin de semana -le deseó. 

- Y tú también -le dijo adiós con un gesto de la cabeza, se apretó las correas de la mochila y se quedó fuera viendo el tren alejarse y a Natalia colocarse los auriculares con una sonrisa. 


La rubia salió de nuevo a la calle con una sensación extraña. Tenía un fin de semana perfectamente programado de diversión con sus amigas y algo de sexo sin compromisos. Pensó que quizá eso era lo que necesitaba pues, entre la metatuna, barbacoas en la sierra, fiestas con gente popular y cierta morena empeñada en verla más a menudo, no había tenido tiempo de aligerar el peso de su bajo vientre. Quizá era eso lo que le provocaba una cierta sensación de necesidad por la cercanía corporal de Natalia, algo que antes le hubiera puesto de los nervios y ahora se sentía casi imprescindible. 

TunantasOnde histórias criam vida. Descubra agora