Capítulo 20. La problemática del cuadrante de comidas.

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Natalia se despertó de nuevo y estiró el brazo hacia el otro lado de la cama. Pensando que encontraría la oposición del breve cuerpo de Alba, se impulsó con excesiva fuerza para fingir un despertar casi encima de ella para hacerla rabiar pero, al no haber allí ni rastro de la rubia, se le escurrió la mano fuera de la cama y terminó cayendo contra el suelo, patas arriba y enredada en un nórdico que apestaba a Alba Reche. 


- ¿Alba? 


Nada, ni el ruido de la calle se escuchaba en aquel apartamento, solo el eco de su voz. Se deshizo de la ropa de cama y, descalza, empezó a recorrer un piso que debía recorrerse igual de rápido que el contorno de la anatomía de Alba. Son pequeños ambos, tal para cual. Nada, no había ni rastro. Sin embargo, en la mesa del comedor encontró una nota de la científica. Sonrió al apreciar su escritura de médico con parkinson. 


Hola, Natalia. He intentado despertarte, pero parece ser que te quedas inconsciente cuando duermes. Me he tenido que ir. Te ofrecería que cogieras lo que quisieras de la nevera, pero ayer hice la compra para toda la semana y la tengo estructurada por días y comidas, así que te agradecería que no tocaras nada para no descuadrarme el menú previsto. Puedes comer cereales y leche, siéntete con total libertad. No te olvides de la foto, que no sé qué hacía colgada en mi habitación. Un saludo, y gracias. 


Natalia se echó a reír. Jodida controladora. Podía imaginarse perfectamente el tono avergonzado y casi a regañadientes de Alba diciéndole gracias. Cogió la foto que estaba junto a la nota y volvió a colgarla en su lugar, en la habitación de la rubia. Hizo la cama, recogió lo que había dejado por ahí y se fue de cabeza a la nevera. Se comió un plátano, un tupper de carne con tomate que tenía toda la pinta de ser para el día siguiente, fregó lo que había ensuciado y, ya sí, salió del piso con una sonrisa enorme en los labios, deseando que la rubia descubriera su hurto y le escribiera para echarle la bronca. 



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- ¡Alba, joder, te están masacrando! 

- ¡Marilia, esa boca! -regañó Noelia desde su asiento. 


Todas las científicas se encontraban en el piso que compartían Afri y Marilia, cada una con su ordenador, echando una partida apasionante al Fortnite, ya que la noche anterior no había podido hacerlo por los planes de Alba. 


- ¡Es que mírenla, está fuerísima! 

- Creo que sigo borracha, así que déjame tranquila. 

- Sabía que te iban a emborrachar -negó Afri con la cabeza, disgustada. 

- Me emborraché yo sola -frunció el ceño y sacó la lengua, intentando concentrarse-. ¡Camperos en arbustos, me cago en la puta! 

- ¡¿Podéis dejar de hablar como presidiarios?! -Noelia estaba a punto de sufrir una embolia. 

- Perdón -murmuraron todas. 

- Desde que os juntáis con las poetas estáis irreconocibles. 


Un silencio inundó el salón, y solo Afri y Alba se miraron de reojo. La verdad era que Noe tenía razón. Desde que la relación con las filólogas se había suavizado, su manera de relacionarse, en general, se había visto ligeramente modificada. Se sentían un poco más seguras de sí mismas pues, aunque siempre habían renegado de la aceptación social y de la gente comúnmente conocida como populares, lo cierto era que les daba una cierta tranquilidad saber que sus enemigas iban a dejar de atormentarles, ya que hacía años que tenían el respeto del resto de facultades. 

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