Capítulo 18. Pa' romperla.

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En apenas cinco minutos llegaron al garito. Gracias a estar en lista, se saltaron la cola y entraron dentro, dejando las chaquetas en el ropero y dirigiéndose en primer lugar a la barra a pedir unas copas. Alba no era de mucho beber, pero sentía que necesitaba calmar sus remordimientos de alguna manera y amontonar valor para disculparse con la morena, quien ni siquiera la había mirado desde que salió de la casa. 

Pidió Malibú con piña, ya que no había Ponche, y se bebió media copa de un trago. Observó a Natalia, que ya estaba en mitad de la pista con un vaso de tubo en alto, perreando con Marta y con Julia. Sabela las señaló con la cabeza para que se acercaran y, sacando fuerzas de flaqueza, se aproximó hasta el grupo. 

Cuando Natalia vio cómo llegaban hasta ellas, dejó de sonreír y dio un enorme trago a su bebida. Todavía le escocía la desconfianza de Alba después de estar cuidando de ella todo el maldito tiempo. 

La noche continuó tranquila entre bailes y bromas varias, hasta que Natalia vio a su friki agarrada a su segunda copa junto a Sabela, tímida como siempre, sin apenas levantar la mirada de sus manos. Se lamentó de que la noche fuera a terminar así. Se propuso acercarse a ella y hacer como si nada hubiera pasado, conocedora como era de que, esa noche, ella era su ancla. Sin embargo, una pequeña parte de ella, la que estaba harta de tener que demostrar tantas cosas sin tener siquiera el beneficio de la duda, se resistió. Ya estaba bien de luchar contra los elementos. Si Alba no la quería cerca, pues ya estaba, se rendía, tampoco era cuestión de estar imponiéndole a alguien su presencia. 

Aturdida por todos esos pensamientos, dejó a sus amigas bailando y decidió salir a la calle a fumar para aclararse un poco las ideas. No quería echar a perder así una noche por una rayada estúpida. 

Ya llevaba medio cigarro cuando escuchó la puerta abrirse y contempló a una rubia más pequeña que un piojo salir por ella. Se mantuvo con la mirada fija al frente hasta que Alba se colocó justo delante, obligándola a levantar los ojos. 


- Me dijiste que... me dijiste que no me ibas a dejar sola en toda la noche -le espetó sin miramientos.

- Y tú me dijiste que ibas a intentar confiar en mí. 

- Lo... lo intento -miraba alternativamente sus ojos y sus manos, y a la morena le pareció injusto ese terrorismo emocional del que, claramente, estaba siendo víctima. 

- Pues inténtalo más fuerte. Estoy empezando a cansarme de tener que demostrarte cosas todo el tiempo y que tú no muevas un dedo. 

- Pues no lo hagas, nadie te lo ha pedido -se puso a la defensiva, como hacía siempre. 

- Me lo pide el cuerpo, ¿sabes? Pero tampoco voy a hacer el ridículo. Gracias por dejármelo tan claro -tiró la colilla y fue hasta la puerta para entrar. 

- Natalia... -la llamó. 

- Qué. 

- Que no quería decir eso. 

- Ya, nunca quieres decir eso, pero lo dices. Anda, vamos dentro. 


Le sostuvo la puerta y caminó detrás de ella hasta donde se encontraba su grupo. Al parecer, las estaban esperando, porque la Mari dio un salto para ponerse justo delante de las dos chicas con una rodaja de limón en cada mano. 


- ¡CHUPITOS! 


Todas cogieron su respectivo vaso y su limón, pero cuando fueron a echarse la sal en la muñeca, la Mari se hizo con el bote y estableció ciertas normas. 

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