Capítulo 13. Esclava de mojitos.

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Se repartieron en los distintos coches y, a pesar de su insistencia, Natalia tuvo que ceder en ir en el coche de la rubia, al contrario de lo que había planeado en un primer momento. Quería que la viera conduciendo, siempre le habían dicho que estaba muy sexy al volante, y deseaba que el piojo atómico tuviera una versión nueva y revisada de su persona, aunque estuviera cansada de hacer alusión a su fama de rompecorazones. Realmente, la imagen seductora de la poeta ya estaba más que incrustada en el cerebro testarudo de la científica, pero quería que lo viera en primera persona y decidiera si era o no de su agrado sin recurrir a rumores y habladurías.

Estás gilipollas, hija.

Bueno, a todo el mundo le gusta gustar, ¿no?

Pero, ¿a la friki?

Siento un respeto nuevo por ella últimamente.

Porque te has enterado de que fornica por deporte... Qué vergüenza, Natalia.

Los seres humanos somos débiles, déjame en paz.

Miró de reojo a la rubia, que se incorporaba en ese momento a la m-40 para ir hacia el norte, donde se encontraba la casa de la Mari. Miraba compulsivamente el GPS del móvil y la carretera, asegurándose de que estaba tomando el camino correcto y, hasta que las indicaciones no cambiaron, repitió ese ir y venir nervioso de cabeza. Natalia rió por lo bajo, llevándose de la científica una dura mirada.

Una vez que el camino se hizo monótono, la morena se fijó mejor en la conducción de la Reche. Lejos de la actitud agitada de unos momentos antes, ahora parecía casi indiferente. Adelantaba con soltura y no a tirones, como ella había imaginado por lo poco que la conocía, dando por hecho que su timidez se extendía a todos los aspectos de su vida. Pensaba que hallarse rodeada de coches por todas partes la pondría histérica, siendo como era una obsesa del control, pero tenía incluso apoyado el codo en la ventanilla con total despreocupación.

A pocos kilómetros de la siguiente salida que tenía que tomar, hizo un adelantamiento agresivo a un camión de doce ejes que parecía no terminar nunca. Lo rebasó en apenas segundos, volviendo a colocarse en el carril de la derecha para salir unos metros más adelante.


- Eh, eh, Schumacher, relaja la raja, que nos vas a matar.

- No te hacía miedosa, Lacunza.

- ¿Lo has dicho del tirón? -preguntó, exagerando el tono impresionado.

- No seas pesada -bufó con una mueca cansada.

- ¿Qué pasa, que te pones a conducir y te vienes arriba, o qué?

- Se siente una... poderosa, ¿no crees? -dijo con un brillo curioso en los ojos.

- ¿Y no lo eres habitualmente? -la rubia soltó una risotada mientras ponía el intermitente para salir de la m-40. Natalia frunció el ceño.

- Soy una friki socialmente inadaptada que estudia una carrera de bichos raros, ¿poderosa? ¿En serio? -la miró de soslayo con diversión, subiéndose las gafas con la mano que no tenía en el volante.

- A mí me lo pareces -se encogió de hombros, mirando por su ventanilla.

- ¿Por qué?

- Tu carrera es un cuadro, sinceramente, pero hay que tener un coco de la hostia para estudiarla. Yo tengo que sumar con los dedos.

- Ignoraba que supieras sumar -se mordió los labios para ocultar la sonrisa, pero no engañó a la morena ni por un momento.

TunantasWhere stories live. Discover now