Capítulo 60. Qarmaikel.

20.7K 1K 582
                                    

Alba Reche llevaba todo el día siendo centro de miradas y cuchicheos de admiración. Llevaba puesta la capa de su chica, en cuya beca se leía a la perfección que pertenecía a la tuna de la facultad de filología de la Complutense. No podía ser de otra persona que no fuera de la jefa de las poetas, por lo que el rumor se extendió como la pólvora. 

La rubia estaba acostumbrada a ser siempre de perfil bajo, a no ser jamás el núcleo duro de la vida social excepto en aquello con lo que se sentía cómoda, ya fuera sobresaliendo en su clase debido a sus excelentes notas, en la universidad gracias a la tuna y en los concursos matemáticos. Sin embargo, aquel neón que su relación con Lacunza le había puesto sobre la cabeza, no le molestaba demasiado. Aunque al principio del día quiso esconderse debajo de la escalera de su facultad y no salir nunca más, a medida que la mañana transcurría y comprobaba que los gestos hacia ella eran de respeto y no de crítica, fue relajándose y disfrutando, incluso, de la atención que estaba recibiendo. 

Los alumnos y alumnas le sonreían, empatizando un poco con la enorme hazaña que significaba pasar de ser una paria a ser, de golpe, miembro de la realeza. Todo el mundo se sentía ganador, en cierto modo, por el logro de Alba, que acababa de romper para todos ellos el hándicap de que empollones y populares no se podían mezclar. Ya había roto un poco esa barrera el noviazgo de África con Ici, conocida en toda la universidad por su estilo pasota y desenfadado. Y, ahora, de repente, la jefa de la tuna de matemáticas y su segunda se dejaban ver de la mano con nada más y nada menos que la chavalita alternativa de pelo rosa de la facultad de audiovisuales y Natalia Lacunza, piedra angular de toda la maldita Complutense al completo. Y eran ellas, las nerds a las que conocían desde primero de carrera, cuando llegaron con sus gafas de pasta, sus inhaladores y un pánico social que la mayoría de allí compartía. 

Si ellas podían destruir esa estúpida diferencia, ¿por qué no el resto? Todas aquellas almas acababan de recibir, de rebote, un subidón de autoestima brutal. Ya no miraban los carteles del baile de fin de curso con pavor y un sudor frío recorriendo su espalda, sino que se animaban a sí mismos con golpes de puño en las palmas de sus manos y asentimientos de aliento propio, cogiendo fuerza para invitar a la chica o al chico que les gustara. Alba Reche y África Adalia eran los faros que alumbraban un futuro que tenían ya a la vuelta de la esquina al terminar la etapa universitaria: una primera relación sentimental seria, el mercado laboral, el máster y la vida, en definitiva. 


- Deja de acariciarte la capa, que la vas a desgastar -se mofó Noelia cuando se sentaron en la cafetería en el descanso de media mañana. 

- Déjame, que Natalia Lacunza me ha besado delante de todo el mundo -dijo la rubia con orgullo. 

- ¿Dudabas de que fuera a hacer eso? -se extrañó Marilia, levantando una ceja. 

- La verdad es que no -musitó, escondiendo la sonrisa en la solapa de la capa y aprovechando para aspirar el olor de Natalia, que continuaba impregnado en la tela. 

- ¡Alerta de encoñamiento! -gritó Afri, haciendo bocina con las manos. 

- ¡Cállate! -Alba le dio un golpe en el brazo. Por su lado pasaron unas chicas, que sonrieron a la rubia admirando la capa que portaba, como si fuera ella, yo qué sé, la elegida de dios. 

- Madre mía, cómo está el patio -se sorprendió la canaria, que echó un vistazo alrededor, siendo consciente de que todo el mundo las miraba. 


De repente, un estruendo en la puerta de entrada, que alguien había abierto demasiado fuerte, y el ruido de pisadas de alguien que corre como alma que lleva el diablo. Un borrón negro derrapando al lado de su mesa y una poeta sudorosa, con las manos en las rodillas y un dedo en alto, pidiendo un segundo. 

TunantasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora