Capítulo 43. Diecinueve y veinte.

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Alba Reche se despertó con la sonrisa pintada con permanente. No era, como ya sabemos, una mujer mística ni metafísica, pero mantuvo los ojos cerrados mientras absorbía el olor a hogar que le estaba penetrando hasta las entrañas. Enterró la nariz en el lugar del que manaba, donde llevaba acurrucada toda la noche, respirando aquel cuello que tenía un calor que era capaz de calentar, incluso, su gélido corazón. 

Frunció el ceño una milésima de segundo por ese pensamiento, pero lo aceptó con una encogida de hombros y tuvo que reconocerse que, por muy poco sentido que tuviera para ella, era cierto. 

Desvió su atención a las yemas de sus dedos. Simplemente, concentró su percepción en ellas sin llegar a moverlas. Reconoció al tacto la piel de Natalia, ardiente, bajo la camiseta. Sintió, en el punto donde entraban en contacto, la pulsación de su propia frecuencia cardíaca, reposada, distraída, aún entre el sueño y la consciencia, sin haberse dado aún cuenta de que estaba despertando sentido a sentido. 

Estiró los labios y besó el hueco en el que se había cobijado. Un beso de nada, un toque delicado que dejó en su boca el sabor salado de una noche entera pegada a su cuerpo dándole calor. Al rozarla con la lengua, Natalia ronroneó entre sueños y la estrechó más fuerte si cabía en su abrazo. Alba sonrió, pues parecía que la morena quería traspasarle la carne y metérsele dentro. 

Abrió, al fin, los ojos, y le escocieron de una emoción que no había sentido jamás. No estaba Lacunza en su mejor momento de belleza, con la boca entreabierta, el flequillo hecho un nido de pájaros y la baba deslizándose por la comisura de su boca. Sin embargo, no fue capaz de encontrar en su mente analítica un recuerdo en el que le hubiera parecido más arrebatadoramente hermosa que en ese mismo instante. 

Reunió todo el valor que le cabía en su menudo cuerpo y sacó la mano de la camiseta de Natalia para deslizarla por sus facciones perfectas. Pasó los dedos entre sus ojos y los frunció, acarició su mejilla y sonrió, paseó por sus labios rellenos y, en un gesto involuntario, Natalia intentó besárselos. 

Alba estaba fascinada de la cantidad de emociones que estaban rebotando contra las paredes de su interior como bolas locas. No era capaz de prestar atención a ninguna en concreto, pues eran demasiadas y ella solo tenía dos ojos. Quería quedarse allí tirada horas, quizá días, quería subirse aún más sobre su cuerpo para aumentar la zona de contacto, quería que durmiera un rato más y disfrutarla a solas, quería que se despertara y le regalara una de esas sonrisas que fabricaba solo para ella. 


Estamos de un moñas que me está dando diabetes hasta a mí.

¿No era esto lo que querías?

No, si yo estoy encantado. Mira, mira qué carita tienes.

¿Has visto la suya?

Tengo las paredes aquí dentro llenas de fotos suyas.

Es que tenemos una excelente memoria por aquí.

Si no se mete, revienta.

Va, Reche, dale un besito. Lo estás deseando.

Si esas van a ser tus aportaciones, bienvenido.

Has llegado el último, relaja un poquito.

Si la beso la voy a despertar.

Ay, qué indecisión.

¡Mierda, se está despertando!

Activando cara de lela.

TunantasWhere stories live. Discover now