Capítulo 11. Letrasadas.

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*Sab*

Alucinas, menuda crack tu friki

Tiene una colección de cómics que flipas

*Natalia*

No es MI friki

*Sab*

Es una forma de hablar, Lacun

En serio, hermana, buen gesto

*Natalia*

Bueno, tampoco tengo ganas de tener que cargar con todo el peso de la tuna yo sola, sabes?

Si pierde el miedo escénico mejor para mí

Ahora que te conoce también a ti estará más tranquilita

*Sab*

Te tenía yo por una tía inteligente

Conoces el mito de la caverna?

*Natalia*

Del instituto, por?

*Sab*

Porque estás saliendo de la caverna, hermana

Déjate iluminar por el conocimiento, por la luz

*Natalia*

Se te pira, Sabela, se te pira muchísimo

*Sab*

Ya me lo dirás, ya


Natalia sonrió, bloqueó el teléfono, se inclinó sobre sus apuntes y retomó el estudio. Su relación con Sabela era especial. La conocía desde primero de carrera, cuando se enfrentaron en la competición de Navidad. El pedo que se cogieron después de que las científicas les patearan el trasero por primera vez fue de órdago. Se fueron de fiesta para celebrar el segundo y tercer puesto y, simplemente, conectaron. 

Fue la primera y la última vez que Natalia probó un porro. Nunca le había llamado la atención, pero aquella noche los declaró droga non grata: el amarillo que le dio, siendo inexperta y jugando en una liga mayor, fue de campeonato. Sabela la cuidó lo que restó de noche y se quedó a dormir en su sofá. 

Eran el tipo de amigas que no hablaban todos los días, ni siquiera todas las semanas, pero que seguían siempre en el mismo punto cuando volvían a encontrarse, como si el tiempo no hubiera pasado. Cuando necesitaba una conversación trascendente, una ida de olla existencial, compraba unos litros de cerveza, recogía a la gallega y se iban a las afueras de Madrid a hablar sobre la vida, el amor, la muerte... Sabela era el eslabón con el que conectaba con su lado más oculto, con su parte secreta. Con ella no necesitaba esconderse, pues era una persona tan libre que el hecho de juzgar a alguien no entraba dentro de sus posibilidades. 

El móvil volvió a vibrar. Llevaba todo el día esperando un agradecimiento por parte del piojo atómico por haber mandado a Sabela a hablar con ella para que se sintiera más cómoda, pero claro, ¿cómo iba a agradecérselo si no lo sabía? 

Suspiró. Siempre había dicho, y pensado, que la opinión de la Reche le daba exactamente igual, pero empezaba a reconocer una parte en su cerebro que deseaba darle en las narices y demostrarle que no era el monstruo que ella creía. ¿Por qué? Ojalá tener la respuesta a esa pregunta. Quizá era solo el regocijo de saberla equivocada, por una vez en su relación, aunque no estaba segura de que fuese solo eso. ¿En serio quería que la rubia repelente tuviera una mejor opinión sobre ella? ¿Para qué? 

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