Capítulo 33. Ex rubia.

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Alba estaba terminando de vestirse tras la ducha, contenta, muy contenta con su decisión. No entendía cómo no había caído antes en ese detalle y, haberlo hecho, al fin, le quitó de antemano el peso de encima que sabía que se le quitaría cuando terminara lo que iba a hacer con Miriam en un rato. 

Llevaba, con la tontería de la metatuna, las poetas, los ensayos y la cercanía de Natalia, más de un mes sin practicar sexo. ¡Eso era, claramente, lo que le pasaba, lo que le hacía ver cosas donde no las había! Bien sabía ella lo que producía la falta de sexo en el organismo y la manera absurda en la que dicha frustración sexual había confundido sus ganas de desahogarse con sentimientos que no venían al caso. Estaba convencida, pero convencida de verdad, de que en cuanto se deshiciera de las ganas que tenía acumuladas en el bajo vientre desde hacía tantas semanas, la ensoñación en la que se encontraba con Lacunza, desaparecería. Ya sin esas hormonas nublando su juicio siempre fresco, seguro que todo volvía a su lugar. 

Es eso, la tensión sexual de llevar tanto tiempo sin sexo me está confundiendo. 

Salió de casa con una enorme sonrisa. Pensó en Natalia, en sus ganas de volver a ese lugar que sentía ya como suyo, recostada contra su cuerpo, apoyada la cabeza en su hombro, libre de dudas e inquietudes y, sin esperarlo, un sentimiento extraño e incómodo le cayó como un peso muerto en el estómago. Se deshizo de esos pensamientos sin forma, dejándose empujar hacia delante por la idea irreversible de que todo era un simple asunto fisiológico. 

Llamó al timbre tras un breve viaje en metro y la puerta hacia la liberación fue abierta de par en par. Subió en el ascensor y, al llegar al piso de la rubia, se la encontró esperándola en la puerta. 


- Cómo estás, Reche. 

- Bien, ¿y tú? -contestó con una sonrisa tímida. 

- No era una pregunta. 


Le guiñó un ojo y se apartó para que pasara. Aquello era una de esas fichas que le había explicado Natalia, y tenía que admitir que a la morena se le daba mucho mejor. Alba era una mujer eminentemente específica, explícita, pero había encontrado un cierto placer en los halagos implícitos de la poeta. 

Deja de pensar en ella, has venido a recuperar tu vida. 

Entraron ambas en el salón y Miriam le ofreció una bebida. 


- Estoy bien, gracias. 

- ¿Seguro que no quieres una cerveza, un vino? 


Natalia seguro que me ofrecería una cerveza bien fresquita con mucho limón porque sabe que es lo que me gusta. ¡BASTA! 


- Agua está bien. 


Miriam salió hacia el pasillo y Alba echó una ojeada al lugar. Era moderno, con estilo minimalista y un poco impersonal. Libros de matemáticas ocupaban una estantería pelada y no tenía plantas. Puso un gesto de disgusto. 

Bueno, ni que te hubiera importado nunca la decoración para practicar sexo, Alba, céntrate. 


- Aquí tienes -le tendió un vaso con agua helada-. Me sorprendió mucho tu mensaje de anoche. 

- Es que me he dado cuenta de que llevaba mucho tiempo sin ningún desahogo físico, y ya estaba empezando a afectar a mi lucidez mental. 

TunantasWhere stories live. Discover now