Capítulo 28. Pupilitas Oreo.

20.5K 911 1.1K
                                    

- ¿En serio no os queréis venir este sábado de fiesta con nosotras? -le preguntó Natalia cuando se quedaron solas en el metro.

- Ya te lo he dicho, lo sábados jugamos a Dragones y mazmorras. Llevamos más de un año con esa partida y estamos en una parte muy interesante -se subió las gafas.

- Joder... Podéis descansar algún finde. Los viernes es día de juegos de mesa y los sábados de perreo, vamos, de toda la vida.

- Lo siento, no me gusta deshacer planes que ya están ideados con tiempo. Este sábado incluso nos vamos a disfrazar -dijo con carita de ilusión.

- Sois lo más jodidamente friki que me he echado a la cara, Alba Reche. Pero así me gustas.

- Tú me caes muy bien, Natalia Lacunza -dijo, como si su revelación estuviera a la misma altura que la de la morena, porque para ella sí lo estaba.

- Y te gusto un poco -añadió con ese tono que una no sabía si iba en serio o en broma.

- Me gustas mucho como persona, sí, tienes razón.

- Y un poquito más, pero no estás preparada para esta conversación. Yo también estuve encerrada contigo entre dos casetas en el Madrid Otaku, te recuerdo.

- ¿Y... y qué quieres decir con eso? -preguntó tras tragar saliva.

- Que tenías las pupilas como la boca de un pozo -susurró en su oído-. Uy, Reche, mira, tu parada.

- Te... tengo los ojos grandes, por lo tanto mis pupilas son directamente proporcionales a...

- Sí, sí, cariño, ya te vimos -empezó a empujarla hacia la puerta-. Nos vemos mañana en el ensayo. ¿Vas a echarme de menos esta tarde?

- ¡No!


La puerta se cerró en sus narices y no pudo escuchar la risita de rata de Natalia, ni la morena, cuando el metro se puso en marcha, pudo ver la sonrisa un poco desconcertada de Alba. Agitó la cabeza y se dispuso a salir del subterráneo. Abrió la cámara frontal del móvil y se miró, pero no vio nada especial en sus pupilas. Maldita Lacunza y maldita biología.

No podía negar que, en alguna ocasión, había percibido en su organismo unas ganas ligeras de probarle los labios para comprobar que se sentían del mismo modo en el que ella lo imaginaba. Tenía impresa en el tacto de su propia boca una sensación tan intensa de calidez al pensar en besar a Natalia que más parecía un recuerdo. Pero eso no podía ser. No puede recordarse lo que nunca ha pasado.

Natalia Lacunza era un espécimen con un grado extremo de atractivo y cualquiera en su sano juicio desearía yacer con ella. Nunca había pensado en la filóloga de esa manera tan carnal, pues no estaba ni siquiera en el mundo de las posibilidades que aquello ocurriera, pero, con el reciente interés de la morena en ella, era una idea que empezaba a planear por su cabeza. No deseaba acostarse con ella y eso no terminaba de encajarle. ¿Por qué no querer fornicar como lo hacía con cualquier chica que le encendiera la mecha de la química? ¿Será que con Natalia no la tenía?

Se rió de sí misma con ese pensamiento. Si algo tenían Natalia y ella era pura y dura química, tanta, que traspasaba lo físico y llegaba a zonas inexploradas de su cerebelo. Se miraban y se entendían, como en los ensayos, donde Alba captaba cuándo la animaba a hablar delante del resto y Natalia, con solo un vistazo, sabía el momento exacto en el que su agobio crecía de manera que tenía que relevarla en sus obligaciones como portavoz. Si alguna desafinaba, se reían con los ojos entre ellas, y cuando hablaban tenía la sensación de que Natalia decía más de lo que parecía, aunque la mayoría de las veces no se enterara.

TunantasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora