Capítulo 6. El callo.

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Las chicas de la tuna de Matemáticas, haciendo dos filas a la salida del salón de actos donde habían actuado, cada una de ellas con la mano en el pecho, se miraban entre risas, con su ropa de calle ya puesta. Se habían cambiado a toda prisa para estar preparadas para la salida de las poetas. 

Escucharon sus voces en el vestíbulo y todas miraron al frente, guardando silencio. Cuando Natalia, la primera de todas, puso un pie en la acera, las científicas se pusieron a entonar la marcha fúnebre con los rostros muy serios. 


- Na, na, nana, na, na na, na na, na na... -subieron el volumen de su triste canción-. NA, NA, NANA, NA, NA NA, NA NA, NA NA... -empezaron a vociferar-. ¡NA, NA, NANA...! 

- ¡Vale, hostias, lo hemos pillado! -les cortó Natalia, con fuego en su mirada y las aletas de la nariz a punto de echar a volar. 

- ¡Enhorabuena por... por vuestro merecido segundo puesto, poetas! -aplaudió Alba con una sonrisa crecida tras subirse las gafas. Las demás se unieron. 

- ¡Ya vale! 

- Oh, venga, luego somos... somos nosotras la que tenemos mal perder. 

- Y nosotras las que no sabemos ganar, ¿no? -le espetó Lacunza, aproximándose a ella. 


Estaba enfurecida. Tenía el pálpito de que, en esa ocasión, se harían con el trofeo de ganadoras por su propio mérito, no por un gallo de su oponente. No era el más importante, pues aún quedaba el campeonato regional y, después, el nacional, pero esta vez sí, estaba convencida de que se llevarían el gato al agua. Y, encima, tener que soportar las mofas instantáneas después de aquella especie de tregua con la Reche que no había durado ni dos horas... 

Notó cómo Marta la agarraba del brazo y tiraba de ella, y cómo la Reche daba un paso atrás, asustada. No se quería ni imaginar la cara que estaría poniendo. 


- Siempre... siempre nos hemos gastado estas bromas -recuperó el ímpetu Alba, que no tenía ninguna intención de dejarse amedrentar. 

- ¡Dios! -dijo con los dientes apretados-. No te soporto, te juro que no te soporto. 


Natalia se agachó en el suelo, dejó allí la funda de su laúd y la abrió. Alba observó cómo cogía el juego de cuerdas que le había prestado y se lo lanzaba al pecho. Lo atrapó al tercer intento, después de que volara por los aires de mano a mano sin ser capaz de agarrarlo. Cuando se hizo con él, volvió a mirar a la morena que, fuera de sí, estaba empezando a quitar una de las cuerdas de su instrumento. 


- ¿Qué haces, Nat? -preguntó Julia. 

- ¡Quitar esta puta cuerda, no quiero tocar nada que tenga que ver con esa... con esa...! -no se le ocurría nada lo suficientemente fuerte para dedicarle al piojo. 

- ¿Tiene problemas? -preguntó Afri a la Mari en voz baja. La rubia la miró sorprendida, era la primera vez que se dirigían la palabra que no fuera a gritos. 

- No, tu jefa es su problema -espetó secamente, cruzándose de brazos y observando a la científica, que agitaba el ventolín con energía. Las situaciones violentas e incómodas le daban asma. 

- Nunca reacciona así -murmuró, avergonzada. 

- ¿Tú qué crees, friki? -preguntó con curiosidad real por saber su opinión. 

- Yo... yo no sé nada de relaciones personales, pero... -la morena dio dos aspiraciones a su inhalador-, pero parece que han tenido una alto el fuego con lo de las cuerdas y tu jefa no se esperaba esto tan pronto -dedujo la científica. 

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