Capítulo 37

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En la noche, Wes entrenó brevemente con la espada y luego se dedicó a mirar a Laraine atentamente. Ella no parecía perturbada por su presencia, es más, parecía entrenar con ahínco, luchando con un oponente invisible para él, pero muy fuerte y real para ella.

–Lara –llamó cuando ella bajó la espada.

–¿Sí? –inquirió, sin volverse.

–¿Estás bien?

–¿Por qué?

–¿Planeas echarme nuevamente?

–Weston... –giró y observó que le costaba no insistir en alejarlo. Suspiró–. ¿Qué?

–Lara, no gastes tu fuerza en insistir. Mejor, ven –palmeó a su lado, indicándole que se sentara junto a él. Ella empezó a acercarse antes incluso de que él concluyera–. ¿Me dejas abrazarte?

–Wes... –Lara apoyó la cabeza en su hombro y se acurrucó contra él–. No quiero decirlo.

–¿Qué es?

–Tengo miedo –musitó, como si decirlo en voz alta pudiera materializar sus inquietudes–. Y, que permanezcas aquí, lo hace más palpable. Pero... –continuó hablando, con la cabeza oculta en su pecho– no quiero que te marches. Nunca.

Siguió un silencio en que él se limitó a sostenerla, sin intentar presionarla para que continuara ni pretender añadir algo que la incomodara.

–Wes...

–¿Sí?

Lara elevó su cabeza y lo miró atentamente. Sonrió un poco.

–Te ves mejor.

–Me siento mejor.

–Gracias.

–¿Gracias?

–Por llegar. Quedarte. Y volver a mí. Siempre –carraspeó y cuando iba a incorporarse, él la volvió a acercar–. ¿Wes?

–No puedes decir palabras así y huir, Lara.

–¿Qué...? –él no la dejó terminar. Atrapó su boca en un rápido beso y sonrió.

–¿Lo ves? Es mejor si... –esta vez, fue Laraine quien se dejó caer en su regazo y lo besó largamente.


***


Laraine había pasado inquieta todo el día, ansiosa porque llegara el momento de terminarlo de una vez, su espíritu guerrero la obligaba a afrontar con valentía lo que viniera y no intentar postergarlo. Pero, su lado sensible, aquel lugar profundamente femenino que se había obligado a enterrar y hacer de cuenta que no existía, la hacía sentir insegura, inadecuada y más que un poco preocupada por lo que iba a suceder.

Sí, era cierto que Weston había dicho que la amaba. Y quizá lo hacía, pero él no la había visto, no realmente. No había nada delicado ni bello en ella, incluso había llegado a pensar que no existía nada femenino que poder entregar un día, no que nadie lo hubiera querido alguna vez. Bien, quizá Calhoun había pretendido interés... pero había sido solo eso, una mera pretensión para lograr sus objetivos, no la había mirado como mujer.

Nadie lo había hecho nunca y eso era más que un poco preocupante. No quería decepcionarlo, pero no sabía cómo podría ser diferente.

Cuando escuchó abrirse la puerta que comunicaba la habitación de Wes con el solar se sobresaltó. Giró e intentó relajarse, tragó con fuerza y se lo quedó mirando.

–Vaya, no esperaba un recibimiento así –Weston esbozó una amplia sonrisa–. Parece que estás esperando tu condena a muerte. ¿Es tan malo, Lara?

–Yo... –Laraine cuadró los hombros–. Estoy lista.

–Ya veo –Weston se acercó lentamente–. ¿Hay algo que quieras preguntarme?

–No.

–Bueno, en ese caso...

–Es decir, sí –Laraine empezó a pasearse, lo que detuvo el avance de Weston. Estrujó su cerebro, buscando algo que decir–. Tú nunca lo has hecho antes, ¿cierto?

–¿Lara?

–Sé que no... o supongo que no –lo miró de reojo.

–No, no lo he hecho.

–Bien.

–¿Bien?

–Sabes cómo besar.

–¿Lara?

–Eso sí lo habías hecho antes, ¿cierto?

–Hace mucho tiempo –Wes se encogió de hombros–. Tenía dieciséis cuando sucedió... el accidente.

–Ah –Lara lo miró–. Te ves bien.

–Gracias.

–Ahora, quiero decir. Después de la caída –añadió brevemente–. ¿Cómo te sientes?

–Bien.

–Sí. Wes...

–Lara, ¿te gustaría dar un paseo?

–¿Ahora?

–Sí. ¿Por qué no?

–Pensé que tú...

–Lara, no quiero que nada que suceda entre nosotros lo veas como un deber, como algo que debes hacer. No es así.

–Te lo prometí.

–No, aun así –Wes tomó su mano, estaba fría–. No debes hacer nada que no quieras.

–No quiero decepcionarte.

–Nunca podrías hacerlo.

–No lo sabes, Wes. Yo... no soy hermosa, lo sabes.

–Para mí, lo eres.

–No me halagues, no es necesario.

–Es la verdad, Lara. ¿Quieres saber algo? No tengo ojos para otra mujer que no seas tú. Para mí, solo existe Laraine Valens de Nox, mi esposa.

–No es un deber –musitó.

–No, lo que suceda, será porque quieres –Wes tomó su otra mano–. Necesito que quieras.

–Quiero hacerlo todo contigo.

–¿Todo?

–Todo –confirmó y sonrió temblorosamente– Solo contigo. Mi esposo.

Weston la atrajo hacia sí y la sostuvo por un momento, antes de tomar su barbilla y elevar su rostro para besarla. Intentó hacerlo lentamente, haciendo que durara el tiempo suficiente para que Laraine pudiera relajarse y bajar la guardia. Pero, si pensaba que ella se acobardaría, estaba equivocado.

Laraine respondió cada uno de sus avances, los igualó y se dejó llevar por él. A momentos, ella fue quien los guio. Juntos, de a poco, empezaron a intuir lo que gustaba al otro. Terminaron enredados en el lecho de él, riendo y abrazados, susurrando palabras que no estaban seguros de comprender y compartiendo caricias que habían esperado durante mucho tiempo. Sintieron que esto era, lo que habían anhelado sin poder ponerlo en palabras, esta unión sin vacilación, la entrega total. Una rendición incondicional. Finalmente, eran uno.

–Te amo, Lara –murmuró Weston dejándose caer a su lado–. Nunca pensé...

–Wes... –Laraine respiraba con dificultad, igual que él. Se incorporó para mirarlo–. ¿Estás bien, cierto?

–Sí –esbozó una sonrisa–. Agotado, pero feliz. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes? –elevó la mano hasta su rostro–. Estás preciosa.

–Me siento hermosa cuando me miras así –confesó y cerró los ojos–. Gracias. Ha sido maravilloso.

–Porque estás a mi lado. Porque fue contigo. ¿Cómo no podía serlo? Eres maravillosa, Laraine.

Ella abrió los ojos y lo miró largamente. Sonrió.

–Weston Percival Drummond, tú lo eres. Maravilloso. Un milagro. Un sueño... mío. Eres mío –susurró antes de ocultar su rostro en el pecho de él, pasar un brazo por su estómago y sumirse en un profundo sueño.

Cuatro MomentosWhere stories live. Discover now