Prólogo

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El sol daba de lleno y el viento golpeaba sus rostros con inusitada fuerza. Eso no impedía que los dos jinetes espolearan sus caballos, entre risas, dirigiéndose directamente al punto en que la carrera culminaría. ¿Cuál de ellos sería el ganador? ¿Cuál de ellos, en la noche, tendría que entregar su ración de gofres al otro?

–¡Hoy es mi día, mi señor! –exclamó Ada sin aliento y con un toque burlón. Giró por un segundo hacia el jinete que la seguía estrechamente–. ¿No se rendirá?

–¡Nunca! –gritó Wes, aun sabiendo que eso no era un gesto caballeroso. ¿Y qué? ¿Acaso debería perder?–. ¡Voy a ganar!

Los ojos claros de la pequeña lo miraron un momento más antes de volver al frente. Él azuzó a su caballo con mayor vigor. Estaba cerrando rápidamente la distancia de ventaja que Ada, injustamente, había tomado.

–¡Es mi día, mi victoria! –proclamó Wes, apoyando su pecho en el lomo del caballo–. Vamos, esta vez, tú puedes hacerlo –musitó contra el pelaje del animal.

Nunca supo con certeza que lo alertó. Quizás el ruido, como si el mundo estuviera partiéndose en dos; aunque, probablemente fue el relincho de su caballo previo a encabritarse y arrojarlo directamente al foso; o, el grito desgarrador que destruyó todo a su alrededor. Aquel grito lo perseguiría durante años, lo escucharía en sueños y aún en el día. Dolor y... muerte.

Había aterrizado directamente en el lodo que, si bien había amortiguado su caída, le cortó la respiración por varios segundos. Con esfuerzo se giró, intentó mirar al cielo y mantener los ojos fijos ahí. Debía permanecer despierto, consciente. Debía moverse y levantarse. Debía ayudarla.

–Ada –musitó, antes de sumergirse de nuevo en la inconsciencia. Y así permaneció por varios días, en un mundo de pesadillas y dolor, de llanto y oscuridad, escuchando los terribles presagios de su nula esperanza de recuperación, su inminente muerte.

No murió. Pero tampoco vivió, precisamente. Nunca nada volvió a ser como antes. No solo había perdido lo que él era, sino que Ada nunca más lo acompañaría. Su caída había sido mortal.


***


La segunda misiva del rey, recibida por los Drummond años más tarde de la primera, les reveló lo que él había planeado. Era una trampa desde el inicio. Había predicho sus movimientos ante la primera orden de matrimonio arreglado; y, por tanto, ahora se encontraban sin salida. El joven Weston Drummond, único soltero de la familia y de quien se esperaba sobreviviera por apenas un par de años más, debía acatar la orden del rey y desposarse con alguien peor que una extranjera. Tendría que aceptar como su esposa a la bruja de Nox.

Cuatro MomentosWhere stories live. Discover now