Capítulo 20

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–¡No puedo creer que realmente lo hiciera! –Jordane lo miró, indignada–. ¿Por qué no lo detuviste, Garrett?

–¿Crees que hubiera podido hacerlo? No lo viste, Jordane. Yo... ¡ni siquiera lo esperaba! –Garrett frunció el ceño–. Es más, me sentí tan incómodo cuando...

–¿Por qué? ¿Qué hacían?

–¡Nada!

–¿Nada? ¿Y por eso te sentías incómodo? –bufó por lo bajo–. Dímelo. Qué es.

–No... no lo sé –reconoció, confuso–. Solo... algo. No sé –repitió.

–¿Cómo puedes no saberlo? ¡Eres una terrible fuente de información!

–¡Eso es porque no te incumbe!

–¿No? ¡Todo lo que tenga que ver con Wes me incumbe!

–No, no es así. Y ese es precisamente el problema. Debes reconocerlo. Lo necesitas.

–No, no necesito hacer nada. Estás equivocado. Y, si tú te das por vencido, yo no lo haré –Jordane exclamó con intensidad–. No voy a permitir que Weston se dirija a su muerte con toda tranquilidad, de cabeza.

–¿Qué pretendes...? –Garrett suspiró–. No, no esa mirada, por favor.

–Espera. Solo espera, hermanito –dijo y sus palabras sonaron a promesa. Una que a Garrett no le gustó en absoluto.

Mientras tanto, Jordane salió de la habitación con paso firme, muy segura de sí misma y con decenas de ideas rondando su cabeza. Lo lograría, él notaría que estaba equivocado y podría deshacerse de...

–¿Qué...? –Jordane cerró la boca con fuerza al tiempo que elevaba sus ojos, desde el suelo en que había caído al chocar con aquel hombre que dijo sin mirar:

–¡Lo siento! –luego de encontrar su mirada, esbozó una media sonrisa–. O quizá no –murmuró.

–¡Oh! –soltó ella, indignada y se incorporó de un salto–. ¿Por qué no se fija por dónde camina, quien quiera que sea usted?

–Qué descortés de su parte olvidar a la persona a la que agravió hace un día apenas –Arley la recorrió de los pies a la cabeza–. Ah, viene de jugar en el bosque, al parecer.

–¡Cómo se atreve! ¿Qué... quiere decir?

–Tiene hojas de árboles... en todo su... cabello –añadió, dudoso, como si lo que sea que ella tuviera en la cabeza no fuera posible considerarse como cabellera–. ¿Tiene prisa?

–Lo que tengo no se lo voy a decir, porque supongo que lo habrá notado; además, no pienso desperdiciar mi esfuerzo con alguien insignificante.

–De acuerdo, supongo que ese vendría a ser yo.

–Naturalmente. Usted... –Jordane volvió a cerrar la boca. Demonios, ¿por qué era tan fácil para ese joven hacerla perder el control?–. ¿Me deja pasar?

–Por favor. Nunca podría detenerla –Arley le hizo una graciosa reverencia– ni querría hacerlo –musitó por lo bajo. No lo suficientemente bajo, pues Jordane giró y clavó su mirada furiosa en él–. ¿Sucede algo?

–¿Por qué lo hizo?

–¿Disculpe?

–Acercarse a la habitación de lord Drummond. Ser enviado de ella. ¿Por qué?

–¿Ella? Oh, ¿se refiere quizás a la señora del castillo, la regente de Nox?

–Sí, a la bruja de Nox.

–¿Disculpe? –repitió, incrédulo.

–Me ha oído. Y no me importa –añadió, insolente.

–A usted nadie le ha enseñado modales, ¿cierto? Mire, tiene suerte de que nadie la escuche...

–¿Por qué? ¿Acaso es un secreto que nadie tiene el más mínimo respeto por su señora? ¿Por qué se sorprende?

–Porque eso se llama ignorancia; y, si la señora del castillo es tolerante al respecto, es porque se trata de su gente. De Nox. ¿Y usted quién es para intentar comprenderlo, de todos modos?

–Yo soy quien está dispuesta a hacer lo necesario para mantener a Wes... lord Drummond, a salvo.

–Ah, ya veo. Así que es eso.

–No sé a qué se refiere.

–Claro que lo sabe. Y, ¿sabe algo más? Creo que más bruja es usted, que trata de entrometerse en los asuntos de una pareja de casados. Al menos la señora de Nox es la esposa legítima. Repito, ¿quién es usted? –Arley arqueó una ceja y señaló al pasillo vacío–. ¿No tenía prisa por marcharse? Hágalo, por favor –dijo con voz burlona.


***


–Lo voy a matar.

–Por mucho preferiría que esperaras un poco, apenas me estoy recuperando.

–Wes... lord Drummond –Jordane elevó sus ojos hacia él. Ni siquiera había notado que sus pasos la habían llevado a esa habitación–. ¿Qué hace de pie? ¿Se encuentra bien?

–De momento. ¿Estás bien?

–¿Por qué lo pregunta?

–No te ves bien. ¿Algo te molesta?

–Muchas cosas.

–¿Entre ellas...?

–Sí, usted y lo que me dijo más temprano es parte de ello.

–Ah, ya veo. ¿Por mi esposa?

–¡No la llame así!

–Jordane...

–No, no lo acepto –Jordane cruzó los brazos, enfurruñada–: ¿por qué tuvo que decir que sí? ¿Por qué ella y no...?

–Lo sabes. No me habría casado. Con nadie si no hubiera sido una imposición del rey.

–No luce así.

–¿Qué significa?

–Lo sabe –lo miró, con resentimiento–. No quiero escucharlo más.

–De acuerdo. ¿Has cenado?

–¿Y usted?

–¿Quieres que cenemos juntos?

–¿En el salón? ¿Con todos?

–Sí.

–Entonces no.

–Bien –Wes suspiró y tomó su capa para abrigarse–; aunque no acudas, cena en tu habitación, ¿sí?

–No soy una niña, no necesita cuidarme.

–Nunca dejaré de preocuparme por ti –sonrió un poco– eres como una...

–Le prometo que, si termina esa frase, sí que lo mataré.

–No quiero arriesgarme –Wes se encogió de hombros–. Buenas noches, Jordane.

–Lord Drummond –musitó con una breve reverencia.

Cuatro MomentosWhere stories live. Discover now