Capítulo 12

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Laraine supo exactamente el momento en que él hizo su aparición en el gran salón. No era necesario que mirara para saberlo, pues el sonido, o en realidad la ausencia de él, fueron elocuentes. Solía comer rodeada de los residentes del castillo, recientemente de más personas que de costumbre dada la guerra que había culminado hacía no mucho tiempo. Suspiró, resignada a que no tendría más remedio que hacer algo para reconocer su presencia.

–Buenos días –Weston Drummond esbozó una leve sonrisa y se acercó hacia la cabecera de la mesa, en la que ella estaba sentada. Se obligó a quedarse quieta, sin hacer el más mínimo movimiento que mostrara sobresalto cuando él extendió su mano ante ella–. Señora.

–Mi lord –musitó Laraine y, aunque realmente se esforzó, claudicó y lo miró. Cielos, lucía terrible–. ¿Se encuentra...? –se mordió la lengua. ¿A ella por qué le importaría si se encontraba bien? ¿O mal?

No debería darle importancia. Era solo una pregunta. Pura cortesía. Sin embargo, no terminó de formularla. En su lugar, hizo un ademán hacia la silla opuesta a la suya, que quedaba al extremo de la mesa. Donde no lo vería.

–Siéntese, mi lord y disfrute su desayuno.

–¿Es necesario? –inquirió.

–¿Disculpe? –preguntó, confusa.

–Si es necesario que me siente en ese extremo. No creo que... –él se detuvo cuando Laraine lo observó, fijamente. No supo qué expresaba su mirada, ni siquiera había sido consciente de estarlo mirando hasta que se perdió en sus ojos. Grises. Muy claros. ¿Plata?–. Lo siento.

¿Lo siento? ¿Por qué?

–No pretendo imponer mi voluntad –explicó Wes– pero no...

–Siéntase donde prefiera, en ese caso –Laraine restó importancia y se incorporó– si quiere, puede hacerlo aquí mismo –indicó su asiento, ahora vacío–. He terminado mis alimentos.

–Yo no...

–Que tenga buen provecho, mi lord –con una breve reverencia, se retiró, sin interesarle en lo más mínimo lo que él tuviera que decir. Después de todo, si la primera disculpa que salía de sus labios tenía relación a elegir un lugar en la mesa, y no a su prolongada e inexplicable ausencia en aquella misma mesa, entonces no importaba.


***


Laraine tomó aire, dos veces, antes de elevar su mirada y encontrarse con lo que sabía que hallaría. Suspiró.

–¿Sí?

–Pensé que querría saberlo... supongo que no.

–¿Te refieres a Lord Drummond? –Laraine observó al joven Arley–. Ya lo sé. Lo he visto.

–¿Hoy? –Arley se sorprendió–. ¿Ha venido aquí?

–No. En el salón. Hora del desayuno, la que por cierto te perdiste.

–Estaba cumpliendo sus órdenes.

–Ah. Su paseo habitual.

–Sí.

–¿Descubriste algo?

–Era él.

–¿Algo más?

–Preguntó quién me enviaba.

–¿Qué? ¿Por qué? ¿Te dejaste atrapar?

–Era necesario –Arley bufó, ofendido–. ¿De qué otra manera podría ver su rostro?

Cuatro MomentosWhere stories live. Discover now