Capítulo 14

1.1K 208 7
                                    

Se trataba de una pequeña inundación, que estaba siendo apenas contenida entre la numerosa familia del hombre, aunque en gran parte eran unos cuantos niños y el dique que impedía la entrada del agua a la huerta se tambaleaba peligrosamente. Wes dispuso rápidamente a Garrett que lo sostuviera, mientras Manfred y él buscaban objetos que pudieran resistir.

Wes hizo un breve repaso mental de las cosas que estaban a su alrededor. Cuando encontró los leños que buscaba, empezó a dar instrucciones para que los levantaran contra la puerta de madera, luego fueran rellenados con tierra y rocas pequeñas. Encontró una tabla adicional larga, la que probablemente usaban para levantar cercas. Instruyó a Manfred para que la llevara, intentando hacer lo posible por ayudarlo.

Una vez terminado, soltó un suspiro y, sin importarle dónde se encontraba, pues a su cuerpo poco o nada le importaba nunca eso, se dejó caer junto a una de las paredes de la casa, recostó su cabeza y cerró sus ojos.

–¿Mi lord? ¿Se encuentra bien? –el niño murmuró y lo sacudió. Wes esbozó una leve sonrisa–. Pensé que estaba muerto.

–No, aún no –esta vez, sonrió ampliamente, divertido. Nada como la sinceridad de un pequeño–. ¿Está todo bien?

–Sí, hemos logrado contenerlo. ¿Cómo lo ha hecho?

–¿Qué cosa?

–Eso –señaló hacia el lugar, en el que Garrett y Manfred, junto con Romulus, aún trabajaban para asegurar–. Es una construcción... extraña.

–Oh, bueno. En Savoir las hacemos todo el tiempo. En prevención del temporal de lluvia que acrecienta los ríos.

–Ah –el niño lucía confuso. Cuando Wes iba a explicar más, el pequeño habló–. ¿Savoir es de dónde usted viene?

–Sí. ¿Has escuchado de Savoir?

–Sí. No son buenas personas.

–¿No? ¿Por qué no?

–Empezaron la guerra. Nos atacaron. Mis hermanos murieron en la guerra.

–¿Tus hermanos?

–Sí.

–Uno de los míos también.

–¿De verdad?

–Sí. Un mal asunto, la guerra. ¿No te parece?

–Sí, señor. No entiendo por qué existen las guerras.

–Yo tampoco. Deberíamos hacer lo posible porque no sea así. Especialmente cuando somos un solo pueblo.

–¿Un solo pueblo?

–Savoir y Nox –Wes arqueó una ceja–. ¿O crees que tú y yo nos vemos distintos?

–¿Distintos?

–Sí. ¿Acaso no tengo dos ojos, una nariz y una boca, así como dos piernas y dos brazos, exactamente como tú?

El pequeño rió y asintió, encantado cuando Wes elevó la mano y le agitó los cabellos.

–Ya lo ves. Somos iguales. Aunque yo, sin duda, estoy más viejo que tú.

–Y cansado.

–Eso es –Wes se incorporó–. ¿Vamos a ver cómo han avanzado?

–Sí.

Wes lo siguió, extrañado de que Garrett se hubiera permitido dejarlo fuera de su vigilancia durante tanto tiempo, especialmente cuando él había caído semiconsciente contra un muro y se hubiera percatado de ningún cambio. O... tal vez no lo había hecho.

–Ve. Te sigo –le dijo al pequeño. Se giró y, como esperaba, se encontró con sus ojos furiosos. No intentó disculparse, no valdría intentarlo–. Jordane, has venido.

–Milord –gruñó y cruzó los brazos, en una postura muy parecida a la de su hermano cuando venía dispuesto a buscar pelea. Se sacudió involuntariamente–. ¿Qué hace?

–Caminando.

–No intente ser gracioso.

–No lo intentaba. Es lo que hago. Camino. Hacia ti –señaló. Ella carraspeó, sonrojándose un poco–. ¿Estás bien?

–De acuerdo. Lo perdono. Pero deje eso, ¿sí? –pidió, mortificada. Wes sonrió, divertido y asintió–. Gracias. ¿Qué hacen?

–Ayudan. ¿Vamos a ver si podemos hacer algo también?

–Si no hay más remedio –dijo resignada y lo siguió.


***


Durante la cena, Wes tomó el asiento que Laraine había señalado para él en la mañana, sintiéndose más aislado que nunca. Nadie hablaba con él, ni hacían el menor intento por incluirlo en las conversaciones a su alrededor. Cada vez que intentaba participar, se quedaban en silencio, desviando la mirada con desconfianza y esperando que no les prestara atención.

Aunque, observó, no era al único al que le hacían tal desplante. Su pueblo, la gente de Nox, le hacía exactamente lo mismo a Laraine. Solo que, a ella, al parecer, le importaba muy poco o nada.

Se mantenía en su silla, muy derecha, y solo moviéndose lo necesario para que supiera que seguía respirando, mientras se llevaba mecánicamente la comida a la boca. De no haber estado tan lejos, habría intentado hablar con ella. Después de todo, era su esposa. La regente del lugar. ¿Qué diablos les pasaba a todos en Nox? Nadie se atrevería a tratar así a su hermano, el cabeza de familia y actual regente de Savoir. Y en su propio castillo, nada menos.

Al terminar la cena, no importó lo poco que hubiera comido, o lo rápido que lo hubiera intentado, Laraine había desaparecido de un momento a otro, sin darle la más mínima oportunidad de hablarle. Y él, realmente quería hacerlo. De hecho, quizá la buscaría en su habitación... si no se encontrara tan absolutamente cansado que, apenas puso un pie en su alcoba, se dejó caer en la cama y se quedó dormido al instante.

Unas horas después, un ruido lo despertó y se quedó sorprendido de que hubiera podido dormir con las ropas que aún llevaba, incluido el sello que lo identificaba como parte de la familia Drummond aun su cuello. Y la daga que colgaba de su cinto. Sí, en el futuro, debería ser más cuidadoso o podría llegar a clavarse su propia arma, lo que no sería una muerte digna, sino vergonzosa y absurda, pues de todos modos no le quedaba...

De nuevo. Era un golpeteo constante, metódico y firme. Se disimulaba con las gruesas paredes, pero no lo suficiente. En realidad, era extraño que Garrett no lo hubiera escuchado y hubiera acudido a asegurarse que todo estuviera bien. Aunque, bien podía ser un ruido común, al que él no estaba acostumbrado por ser su primera noche consciente, del todo, en el castillo.

Cuando el ruido no cesó, Wes se decidió a salir de su cama, caminó alrededor de la habitación hasta localizar el lugar en que se escuchaba con más fuerza. El muro este. Aquel que tenía la puerta de comunicación hacia ¿un salón? ¿Una habitación? No tenía la menor idea.

Así que hizo lo único que probablemente no debía hacer. Probó a abrir la puerta. Esta cedió lo suficiente para que él pudiera entornarla y ver lo que sea que provocara aquel ruido.

Oh. Así que se trataba de ella. Laraine.

Y, aunque intentó no mirar, cerrar la puerta y respetar su privacidad, no pudo hacerlo. Su curiosidad pudo más. Ella era magnífica. Cada estocada precisa y sistemática, sin perder de vista nunca su objetivo. Por eso no lo había visto ni se había percatado de que la estaba mirando entrenar.

Vaya. Laraine entrenaba durante las noches, en un solar que probablemente se había construido para servir de descanso a los esposos que compartían ese terreno neutral entre sus habitaciones y no para ser utilizado como campo de entrenamiento.

Sonrió, sin poder evitarlo, cuando ella realizó una maniobra y dio un nuevo golpe. En realidad, varias estocadas continúas. Cielos, Laraine era absolutamente increíble. 

Cuatro MomentosWo Geschichten leben. Entdecke jetzt