CAPITULO 50

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POV Alba

No podía dejar de mirarla.

El sube y baja de su pecho, tan suave como pausado, mantenía sus labios entreabiertos y mis pensamientos estancados en el espesor de sus pestañas. Manos largas y relajadas frente a sí, envolviéndose la una a la otra, mejillas sonrosaditas por el calor y la sábana blanca enredada a su cintura. Le restaba tantísimos años estar así de tranquila y quetecita con la melena esparcida por la almohada, o quizás era que aparentaba muchos más cuando se maquillaba y se convertía en esa jefaza seria a quién nadie querría decir ni mu; pero, aun así, por dentro, nunca dejaba de ser esa nubecita blandita y deslumbrante ante la que nadie podría evitar caer rendido.

Tenía ese no-se-qué, venía en su ser.

Me preguntaba si, en caso de habernos conocido en otro momento, más adelante, cuando ambas ya fuéramos consientes de nuestras realidades, me hubiese permitido atravesar sus murallas y verla tan expuesta como lo estaba haciendo ahora. Tan expuesta, como para que entre sus brazos asomara uno de sus pezones y que su hipnótico - y evidente - atractivo no fuese lo que me estuviese manteniendo más embobada. Yo decía que no.

¿Nunca os había pasado que de repente descubrías una cosa y enseguida te cuadraban otras mil?

Pues esa había sido mi sensación constante de las últimas horas. Se habían abierto muchas puertas, habían volado por los aires cien paredes de cristal, los velos de los espejos se habían convertido en pasadizos secretos a otras dimensiones y lo más fuerte de todo era que yo estaba bien. Había paniqueado un par de segundos, sí, de hecho, me quedaban por asimilar un par de centenas de cosas, pero la mayor parte de mí se sentía aliviada de encontrar lo que no sabía qué quería encontrar y estaba mejor que bien. Con ganas de comprender y saber más. Me hubiese puesto a leer el diario de Noemí nada más tener oportunidad, hasta acabármelo entero, si no hubiese encontrado una motivación mucho más fuerte que tirase de mí: y es que la morena que yacía sobre el colchón necesitaba descansar, y yo necesitaba asegurarme de que lo hiciese.

Así, solo así, era como lograba inundarme por completo con su paz.

¿Podía decir ya que era nuestro colchón? Después de todo, nadie más lo había utilizado y estaba en el suelo del que fue su antiguo apartamento.

Yo, en mi mente, lo iba a llamar así.

<< — Brent, quiero que nuestros mejores rastreadores se pongan a buscar hasta debajo de las piedras a una mujer bajita, de pelo rubio canoso, ojos negros, acento ruso y de unos cincuenta años tirando a lo bajo.

Me quedé flipando con que pudiese llegar a retener tanta información de una señora que vimos un par de minutos, gran parte de ellos con nuestra atención ocupada por el derrame de copas. La mía, por lo menos, lo estuvo.

— Natalia, no puedes permitirte eso ahora, tienes a tus mejores profesionales cubriendo cien focos distintos. Necesitas tener un resguardo por si acaso.

— No hay un por si acaso, Remi. — La morena tecleó algo en el ordenador mientras los recién llegados aún tanteaban qué hacer —. El malentendido con la empresa de catering, el incidente de las copas, la droga esta rara, los bombazos de la prensa... — Enumeró y me quedé viendo cómo sus ojos se movían a través de la pantalla. Lectura transversal —. Necesito un informe para ayer de la relación que puede tener esta señora o su hijo con Andrés García. Dónde viven, de qué se sustentan, por dónde se mueven y hasta quién es la última persona a la que llaman antes de irse a dormir.

Madre mía. Eso sí que era aspirar a poco.

— Haré todo lo posible por redistribuir al personal. — Brent asintió, obediente.

Come Back And TryWhere stories live. Discover now