CAPÍTULO 34

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POV Natalia

Sus dedos finos y delicados navegando por los recodos de mi piel me mantenían en un estado intermitente entre la más pura relajación y la tensión más disparatada. El aroma dulzón del aceite de almendras me calmaba, compensaba el frío inicial de dejarlo caer por mis costillas con el paso ardiente de sus manos, extendiéndolo con toda la calma a lo largo de mi espalda y entreteniéndose con especial dedicación en las zonas más contracturadas; pero eran los acordes y armonías sonando a lo lejos, desde el pequeño altavoz portátil conectado a mi teléfono, los que me servían de distracción cada vez que la opresión en la parte baja de mi estómago crecía demasiado.

Estaba acostumbrada al dolor físico, a veces ni lo notaba, pero no estaba acostumbrada al mimo que derrochaban todas y cada una de sus caricias. Ni a lo terriblemente adictivo que era ver las sonrisas impregnar el oro centelleante de sus miradas, o ver cómo sacaba la puntita de la lengua para concentrarse y ser precisa en lo que hacía, o el sentir sus labios deshacerse contra los míos, o contra cualquier otra parte... El sentirla, simplemente.

Era difícil mantener un poco de cordura, si ni siquiera éramos capaces de dejar de tocarnos por más de quince segundos.

Cocinar esos espaguetis con leche vegetal y levadura de cerveza, entre otros pocos ingredientes que había podido rescatar de su escasísima despensa, nos demoró más de la cuenta porque no hacía más que meterme las manos por debajo de la camiseta y pegarse a mí cual koala. Eso, cuando no estaba yo rodeándola desde atrás para dejarle esos mismos besos que ella repartía por mi nuca cada vez que podía, poniéndose de puntillitas y matándome a base de ternura y escalofríos.

Casi echamos a perder la cena por estar demasiado perdidas la una en la otra. Cinco veces. Pero al final nos acabamos comiendo los espaguetis pasados directamente de la sartén, riendo por sus intentos de hacerme el avioncito con su tenedor y bromeando cuando al final acepté que me diera de comer. Y viceversa.

No había ser en el mundo más pesado e insistente que ella. Y yo hoy me estaba permitiendo el lujo de déjame llevar sin pensar demasiado.

Lo necesitaba.

Al final, no fui capaz de determinar si las ochenta horas que estuvimos cenando fue: por lo que prolongamos esos acercamientos que empezaban como simples picos inocentes, o porque me fascinaba escucharle hablar del trasfondo social de sus obras y de los artistas que había conocido a raíz de eso.

No iba a mentir, a veces no la entendía. Mencionaba nombres y técnicas que no había escuchado en la vida, no escatimaba en detalles, pero le brillaban los ojitos con más intensidad cuando explicaba algo que le apasionaba y yo no podía dejar de mirarla. Me hacía gracia que intentase colarme trampas a lo largo de sus monólogos para comprobar que le estaba haciendo caso, sobre todo porque las cazaba todas al vuelo y la que acababa desconectando era ella. Que estuviese callada a ratitos no significaba que no me interesase lo que me contaba, lo estaba procesando para poder hacerle preguntas coherentes, y el hecho de habernos puesto las dos algo que sirviera de barrera física también ayudaba, aunque sus piernas pasando sobre las mías y nuestras manos ansiosas de contacto la rompieran cada dos por tres.

Las camisetas anchas desaparecieron tan pronto como pusimos los cacharros en el lavavajillas y yo hice un par de llamadas para asegurarme de que todo siguiera bien fuera de aquí.

Marilia, Nala y Hugo estaban ya en casa con mi madre y mis hermanos, quedé con el último para encontrarnos directamente en el hospital a primera hora de la mañana, él también tenía que hacerse sus controles, lo que dejaba a Ici y Paul juntos y solos en casa de Lea. Sin nadie que les sirviese de apoyo o intermediario. No quise interrumpirles, de algún modo esperaba que la calma les ayudase a solucionar algo, pero tampoco me hizo falta tras enviarle un mensaje a ella y ver que se conectaba al segundo.

Come Back And TryWhere stories live. Discover now