CAPÍTULO 6

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POV Alba

¿"Hola, Alba"?

¿Eso era todo lo que iba a decir?

¿Así...? ¿Como si nada?

La observé caminar hacia el banco de madera mientras se recogía el pelo en una coleta desprolija, esforzándome por no apartar la mirada de sus rasgos marcados, porque el gesto estaría dejado al descubierto gran parte de sus muslos. Y lo que no eran sus muslos.

No tenía prisa, su respiración apenas estaba alterada por el ejercicio y le envolvía ese aura etérea que la hacía parecer irreal. Pero estaba aquí. Sin maquillaje, sin adornos, usando ropa raída y con un aspecto desaliñado que poco casaba con la vida de una exitosa artista americana. Lejos de estereotipos, tan sencillamente extraordinaria como la recordaba.

Y a mí estaba a punto de darme un ataque al corazón.

Flexionó las piernas para ponerse a la altura de su bolsa de tela, rebuscando algo en su interior sin dedicarme más atención.

Tampoco debería sorprenderme. Había pasado mucho tiempo y yo me había encargado de eliminar cualquier posibilidad de cruzarnos, por mínima que fuese. Me faltaban horas para esfumarme de Madrid en cuanto alguien mencionaba que iba a estar por aquí. Y lo había hecho, precisamente, porque era consciente de lo mucho que esto iba a doler. 

Podría soportar que me odiase, podía soportar que estuviese enfadada por las barbaridades que llegué a decir, que estuviese dolida por lo dañina que fui y por nunca tener el coraje de disculparme. Tendría sentido, yo misma me odiaba por ello y me martirizaba a menudo, pero no había compartido siete intensos meses a su lado para creer que sería tan simple.

Natalia no odiaba a nadie, Natalia era de las que te deseaban lo mejor y se retiraban sin hacer ruido. Y yo había sido tan gilipollas como para echarla a patadas de mi vida. 

Convivir con su indiferencia... Ahí era cuando llegaba la verdadera tortura.

— Lo siento, yo...

Me aclaré la garganta y sus mechones humedecidos por el sudor se balancearon al girarse. Pero fue la profundidad de sus ojos pardos la que me robó el aliento por tercera vez en menos de diez minutos.

Madre mía.

— No quería interrumpirte. — Traté de sonar tan calmada como ella —. Yo ya... Me iba.

No estaba calmada, ni de cerca. Y, mucho menos, cuando empezó a acercarse con la misma gracilidad con la que se puso en pie.

— Estar yéndote cuando acabas de llegar, suena a viaje absurdo.

Sus pasos parecían los de todo una pantera al acecho, pero estaba tan acostumbrada a escucharla cantar, que toda su voz parecía formar parte de una compleja armonía. Como el llamado de una sirena al que acabas sucumbiendo quieras o no.

Mi instinto de huir se había esfumado. Todo lo que quería era eliminar también la distancia, quería abrazarla y comprobar si su pelo seguía oliendo a vainilla. Me moría de ganas por ver sus ojos de cerca, por perderme en la longitud de sus pestañas y memorizar con la punta de mis dedos cualquier marca de tinta nueva en su piel. Y las viejas. Y los lunares. Y todo lo que ella me dejase.

La anhelaba tantísimo que me dolía el alma. Pero yo anhelaba un recuerdo y fue ella la que se detuvo a casi dos metros.

— ¿Cómo...? — Vacilé —. ¿Cómo sabes que acabo de llegar?

— Me lo acabas de confirmar tú. — No le dio importancia —. Toma.

Extendió su brazo, sacándome del trance, y mi mirada cayó al objeto amarillento que me estaba ofreciendo, pero en lo que reparé fue en las afiladas garras que lo rodeaban.

Come Back And TryWhere stories live. Discover now