CAPÍTULO 5

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POV Alba

*tres años y siete meses antes*
Madrid (España)

De un golpe de muñeca conseguí abrir el nuevo botellín acristalado que acababa de sacar de la nevera. Se me estaban acumulando sobre la encimera y, si ella estuviese aquí, ya le estaría dando un patatús de ver lo desordenado que estaba todo.

Pero no estaba. Ni ella, ni sus cosas, ni el mural de recuerdos, ni su guitarra... Nada de nada. Ahora prefería ese casoplón en el que vivía en California y grabar stories riendo con su amiguito el yonki.

"No son nada, pero cuando están juntos, lo son todo"

Qué poco había tardado en irse corriendo detrás de una bragueta fácil, después de ir de digna por la vida y asegurar lo supuestamente enamorada que estaba de mí. 

Pues que lo disfrutara.

Yo también me lo estaba pasando en grande. Ya no la necesitaba, al principio había sido duro y tenía miedo de que mi bloqueo hubiese vuelto, pero la noche llena de orgasmos que acababa de tener demostraba todo lo contrario. Y las anteriores también. Todas y cada una. En su antiguo cuarto, con esas luces colgando en la pared que ni se había molestado en llevarse.

¿Y para qué se las iba a llevar? Seguro que su novio modelo, influencer y youtuber le compraba otras mucho mejores. Eso si el chaval no se gastaba el dinero entre tanta coca y tanto gimnasio. 

Aquello debía ser un festival de nieve y ella al final era una vendida. O quizás él era su nuevo proyecto. Con Natalia Lacunza nunca se sabía.

Di un largo sorbo a la cerveza antes de tirarme en el sofá, tratando de hacer memoria del nombre de la chica que de había quedado dormida en la cama. ¿Mandy?¿Madi? Quizás era Irene y Madi era la de la semana pasada, todas se acababan pareciendo tanto en la oscuridad de las fiestas que ya no las distinguía. Y con los chicos más de lo mismo.

Debería comenzar a plantearme lo de parar antes de dejarles agotados, tener que esperar aquí hasta que se marcharan era un engorro. Por algo solo tenía alcohol en la nevera, nada de desayunos.

Busqué el móvil entre los cojines y saltó de nuevo el vídeo que estaba reproduciendo antes de ir a por más alcohol. 

¿Por qué seguía estando tan bonita cuándo se reía? 

¡Dios! La odiaba.

La sonrisa del final difería mucho de las caras que ponía el resto del vídeo mientras su amiguito y ella bailaban. Eran tan insultantemente hermosos los dos que parecían una de esas parejas de Hollywood irreales: el guaperas deportista con pinta de surfero y la chica mala de los tatuajes. 

Quizás si se taparan un poquito los dos y no se tocaran con esa - más que evidente - complicidad no me habría jodido tanto. Se les veía las ganas de comerse desde aquí.

Ya los había visto bailar así, en vivo y en directo, y me había escocido casi tanto como ahora. La diferencia era que por aquel entonces no estaba borracha y no reconocía aquel sentimiento como celos. 

Vaya puta mierda.

Samanta iba a flipar en colores cuando le explicase eso en nuestra próxima sesión. Es más, para que todavía tuviese más motivos por los que darme una de sus largas charlas de psicóloga graduada en Cambridge, iba a decirle a Natalia todo lo que quería decirle.

Come Back And TryWhere stories live. Discover now