CAPÍTULO 45

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POV Alba

Ni una notita, ni su ropa, ni sus zapatos, ni su bolso...

El tremendo caos de la habitación en la que me desperté, a oscuras, sola, con las sábanas arrancadas y arrugadas a mi alrededor, me puso en un estado de alerta tan disparado como el que me provocó no encontrar mi teléfono por ninguna superficie visible.

Ahí pasaba algo.

Había pasado algo. Algo gordo.

Natalia Lacunza Sanabdón podía ser muchas cosas, cosas como ser malditamente sigilosa y escurridiza, entre otras; pero en su larga lista de virtudes y defectos no aparecería nunca la palabra "desorden" y, en esa exclusiva suite, reinaba por cada rincón. Por el recibidor dónde nos habíamos estampado mientras me enredaba en su cintura y ella se deshacía de mi peinado, en el sofá en el que me apoyó mientras prácticamente me arrancaba los botones, en la larga lámpara que tiré al volear su vestido ceñido sin cuidado alguno, en la televisión de pantalla plana dónde aún colgaban mis bragas...

No, no habíamos sido muy cuidadosas al entrar mientras nos devorábamos como si no hubiese un mañana. Yo era una completa yonki enganchada a su boca acaramelada y a sus suspiros ahogados. Ella era una fiera exhausta y ansiosa por recibir la misma dosis que yo necesitaba. Y ninguna de las dos fue capaz de calmarse hasta que cada centímetro de nuestra piel, en contacto directo, actuó como sedante para los rugidos desesperados que nos dominaban.

Sentirnos era lo primordial en ese momento. Lo era casi siempre, hasta el último minuto.

A pesar de ello, era completamente consciente de que un huracán atacando la cuidad tendría que pasar, para que ella no renunciara a cinco de esos últimos minutos para ponerlo todo en orden y dejar una disculpa escrita por algún lado. Un huracán del tamaño de Europa, por lo menos.

Era algo sistemático, inherente a su personalidad, imperturbable. Era incapaz de ignorar sus neuras, no se podía haber marchado así, y eso solo hizo más potente el nudo punzante de mi esófago.

Le había pasado algo.

Había pasado algo con Marilia. O con Hugo. O con alguien del evento de anoche o, incluso, con los que no estaban en el evento. Su familia. Mierda, su familia... Las opciones que estaban cruzando por mi cabeza eran tan diversas y terribles, en su gran mayoría, que ni me planteé ponerme algo más que la ropa interior y uno de los batines del hotel para salir en busca de mi hermana.

Mi móvil andaría perdido por algún rincón, no tenía tiempo para pararme a buscarlo. No sabía cuánto había tardado en notar el hueco frío de la cama, dónde solo quedaban rastros difuminados de su aroma, y la parejita melosa se estaba hospedando en el piso de abajo. Ellos podrían hacer algo, llamar a alguien, informarse. Tener a uno de los dueños del hotel tan a "disposición" me debería servir de algo.

¿Quién demonios nos mandaba celebrar la maldita gala benéfica en las semanas en las que más convenciones se aglomeraban en la capital? Estaban todos los hospedajes, incluido este, abarrotados a más no poder. Podría haberlos tenido en el cuarto de al lado. O en frente.

El susto que me pegué al abrir la puerta y toparme con alguien tras ella me hizo pegar un brinco, estuve a punto de escupir el estómago por la boca y - con suerte - lo evité al llevarme la mano al pecho. Mano que enseguida voló a la nuca de esa figura esbelta para atraerla con el corazón desbocado y todo el alivio que me generó su metro ochenta.

¡Dios!

— ¡Nat!

— ¡Alba! — Me sostuvo contra sí.

Dios...

Estaba aquí. No se había ido a ninguna parte. Su cuerpo seguía siendo cálido y firme, delgado, bastante estrecho... El vello rubito y suave de su superficie seguía encrespándose ante el impacto de mi respiración en su oreja y eso solo me incitaba a estrujarla más y más intensamente, consolándose únicamente por el paso sólido de sus manos por mi espalda.

Come Back And TryWhere stories live. Discover now