CAPÍTULO 18

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POV Alba

Utilizar palillos con la mano contraria a la que estás acostumbrada podía llegar a ser una enorme sacada de quicio.

Me negaba en rotundo a pedir uno de esos cubiertos que tanto me habían ofrecido. Principalmente porque eso sería insultar al mes y medio que estuve empapándome de la cultura asiática con mi padre y mi hermana, en el viaje que hicimos cuando tenía once años, y porque debía reconocer que había algo más que mi orgullo metido en ello: No tenía ninguna intención de darle esa satisfacción personal a cierta morena que me observaba cada dos por tres con una sonrisilla oculta.

Ni de coña. 

La tenía en frente y, estaba tan segura de que me iba a rendir, que había pedido al camarero que nos trajese un tenedor "por si acaso" para dejarlo entre su mantel y el mío. Nada más llegar. Siendo la única que no volvió a comentar nada al respecto desde entonces. 

No iba a mentir, me había planteado varias veces desistir al ver que estaba destrozando mis bolitas de arroz; pero se me pasaba enseguida al recordar que había convertido nuestro encuentro informal en un cita doble. Una puñetera cita doble. Se suponía que esto era para que volviésemos a conectar, nosotras dos, solas, pero había tenido que tragarme a Julia histérica durante toda la tarde mientras divagaba sobre qué ponerse.

Me tenía hasta el higo con su fangirleo. A puntito estuve de arrancarle uno a uno esos pelos castaños que tanto tardé en plancharle. Y lo hubiese hecho si, el tener que ocuparme de sus propios nervios, no hubiese servido para rebajar un poco los míos. 

Afri se quedó tranquila cuando nos largamos de su casa, eso seguro.

La cena estaba yendo mucho mejor de lo que esperaba. El canario y la andaluza parecían conocerse de toda la vida, los temas de conversación surgían con naturalidad y las risas acabaron siendo mucho más contagiosas de lo que creí en un primer momento. Sobretodo, cuando el rubio y la castaña empezaron a cantar canciones religiosas que habían aprendido de pequeños en sus respectivos colegios.

Decir que me puse roja como un tomate, por cómo nos miraban desde las otras mesas, era suavizarlo mucho.

Hugo estaba fatal, realmente mal de la cabeza, pero fue el responsable de que la incomodidad se esfumara sin siquiera aparecer y, escucharle hablar en un entorno mucho más tranquilo, me estaba sorprendiendo mucho. Para bien. Más allá de las bromas, las sonrisas socarronas y de ser una cara bonita, estaba comprobando por qué Sam decía que él y Natalia parecían cortados por el mismo patrón. 

Eso sí, el rubio era mucho menos sutil y ella mucho más detallista. Y mil veces más bonita.

Al ver que no cedía y me estaba empezando a frustrar, dejó los palillos a un lado para atrapar uno de sus rollitos con la punta de los dedos. Se aseguró de que le estuviese mirando, como si eso le hiciese falta, y luego lo metió con sumo cuidado en su pequeño cuenco de soja, mojándolo antes de llevárselo a la boca con toda la gracilidad que la caracterizaba.

Los otros dos seguían en su mundo y no se habían dado ni cuenta, o quizás eramos nosotras las que nos habíamos metido en nuestra propia burbuja, pero yo no podía - ni quería - apartar mi atención de aquellos ojos pardos que me observaban como si acabasen de cometer la mayor travesura del universo, invitándome a unirme a su arranque de rebeldía.

Era una tregua. Ni para ella, ni para mí. Así que acepté dejando los míos sobre el salvamantel y repetí su mismo proceso, mucho más despacio para no liarla, pero sin romper el contacto visual ni cuando chupé la salsa salada de mis yemas. 

Nos habíamos lavado las manos antes de comer, pero si no me derretí al ver su mirada caer hasta mis labios y la risita con la que balanceó la cabeza antes de seguir, podría haber sobrevivido a cualquier tipo bacterias.

Come Back And TryWhere stories live. Discover now