CAPÍTULO 44

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POV Natalia

Ver salir al moreno canoso en bata blanca de la habitación me levantó de un brinco. Había tardado horrores en sentarme, entraba en tensión cada vez que aparecía algún enfermero y cualquiera diría que mi propósito era agujerear el suelo, pero de tanta vuelta me estaba fatigando y la cantidad de emociones por las que había pasado tenían mi resistencia carcomida. Ni el contraste del mármol helado contra mis pies estaba relajándome.

— Antes de que me bombardees a preguntas, te diré que está bien y fuera de peligro.

¡Dios!

Mis venas volvieron a dilatarse ante esa afirmación tan directa y sin ambigüedades. Estaba bien. Me lo habían dicho ochenta veces ya, pero él nunca me había asegurado algo tan alto y claro sin que fuese totalmente cierto. No cuando se refería al estado de un paciente, por lo menos.

— ¿Estás seguro? — Insistí por si acaso —. Ha habido un momento que no respiraba, no le encontrábamos el pulso y... — Me frené, no queriendo parecer una exagerada hipocondríaca que no dejaba de repetir lo mismo —. Estaba palidísima.

Más de lo que ya era, que no era poco.

— Natalia...

Su tono fraternal me sirvió para lo mismo que la miradita cargada de cariño que me regaló: para nada.

No quería mimos ahora, ni lástimas, ni que les pidiese a sus empleados que viniesen a verme cada diez minutos con alguna excusa barata. Yo estaba genial, no era de mí de quién se tenían que ocupar.

— Es una chica fuerte y sana, con unos órganos estupendos y sin ningún tipo de patología que no sea la que ya conoce. — Hizo hincapié en cada parte, corroborándolo en el cuaderno que traía consigo y guardándose el boli en el bolsillo —. Es más, lleva un buen rato gruñendo porque quiere marcharse y que le devolvamos el móvil. Muy mal no se encuentra.

Pues difícil lo iba a tener, porque lo tenía yo perdido por algún rincón del bolso.

— Pero la dejaréis esta noche en observación, ¿no? — Me pareció lo más coherente.

— No.

La recriminación silenciosa debió de llegarle como un grito a pleno pulmón, ¿cómo que no?

— No puedo retener a nadie en contra de su voluntad, peq...

— No la estás reteniendo, tenéis que... — Se me amontonaron las palabras en la punta de la lengua, haciendo inevitable la interrupción —. Mirarla...

Cuidarla. Velar por su salud y su seguridad por encima de todo. Eso es lo que hacían los buenos médicos, asegurarse mil veces de que sus pacientes estuviesen perfectamente para que luego no hubiese sorpresas. Ni desmayos. Ni recaídas. Para que no ocurriese ninguna desgracia.

— Natalia...

Exhalé indignada, apartándome de un soplido el flequillo de los ojos y dejando caer los hombros. Quería que parase de hacer eso.

— Sé que no te hubieses atrevido a venir a mi clínica, ni a llamarme a estas horas, si no fuese algo sumamente importante. — Señaló lo que le había sacado de la cama —. Y entiendo que estés preocupada, te prometo que le hemos hecho todas las pruebas habidas y por haber, pero no hay nada destacable en los resultados preliminares y ella insiste en que no es la primera vez que le sucede algo parecido... — Fue más lento, como si esa fuese la clave para hacerlo menos alarmante —. Sus acompañantes nos lo han corroborado.

Pues fantástico.

Tragué la poca saliva acumulada en mis mejillas y bajé la mirada hasta el anillo dorado que llevaba un buen rato girando entre mis dedos. Me habían hecho quitarle todas las joyas nada más llegar, antes de llevársela y estando aún semi inconsciente, y, aunque le había entregado la bolsita de tela con el resto a su hermana, en cuanto ella y Carlos encontraron un aparcamiento para el coche en el que nos siguieron, había necesitado quedarme con algo suyo en mano para tenerlo cerca. Tenerla cerca.

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