CAPÍTULO 31

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POV Alba

*tres años y cuatro meses antes*
Madrid (España)

Dolor de cabeza.

Un terrible, punzante e insistente dolor de cabeza. Eso era todo lo que podía reconocer mientras permanecía en un estado de semi inconsciencia sobre una superficie cálida y suave. Demasiado blanda. Demasiado acogedora. No sabía dónde me estaba despertando, ni las posibilidades de que hubiese alguien tirado a mi lado, ni cuántas botellas de alcohol me habían hecho falta para caer. Ni siquiera podía determinar a cuántas personas habría maltratado por el camino, pero teniendo en cuenta los precedentes: no quería saberlo.

No oler el antiséptico del hospital ni la peste rancia del calabozo era una buena señal. Un alivio. Más o menos.

Joder, Alba.

Mover los brazos o las piernas se sentía como querer arrastrar buques de hierro por un pavimento lleno de baches, pesaban, dolían, eran terriblemente molestos; pero intentar abrir los ojos fue como estallar quinientas bombas en menos de una fracción de segundo. Todas en mi cabeza. Todas atacando las pocas neuronas que me debían quedar vivas a esas alturas.

¡Me cagaba en la puta!

Presioné la base de las palmas sobre las cuencas de mis ojos, buscando reducir los pinchazos generados por la claridad y soltando un gruñido que parecía sacado de una psicofonía. Quizás no me tendría que haber tomado ese par de antidepresivos entre rondas de chupitos, quizás también me había pasado un poco con los tranquilizantes en un intento de rehuir la ansiedad. Solía perder la cuenta de lo que entraba por mi boca en cuanto las luces me cegaban y conseguía toda la atención que quería.

Era tan sencillo pasárselo bien así... Y tan crudas las mañanas siguientes.

Nada que una aspirina y un buen Bloody Mary no pudiesen arreglar. Con un poco de suerte, hasta un buen polvo iba a poder conseguir de mi anfitrión o anfitriona. La resaca no adormecía mis encantos y eso bien podría alegrarme la mañana, o la tarde, o la noche... Ni siquiera tenía idea de la hora que era o cuantos días habían pasado desde la última vez que llamé a casa. Las lagunas cada vez eran peores.

Que le follasen a las lagunas. Que le follasen a esa estúpida psicóloga come-cocos. Y, sobretodo, que le follasen a la verdadera responsable de todo esto.

Ah, no, que de eso ella ya andaba servida. Su amiguito el cocainómano - con el que no hacía más que aparecer por todos los puñeteros anuncios de Instagram - ya la debía tener la mar de entretenida. O la rubia esa con cara de alien con la que parecía turnarse. O los otros tantos ricachones para los que se debía haber abierto de piernas con tal de meter ese puñetero single en todas partes. Ni siquiera era tan bueno y sonaba hasta en la sopa.

Que les follasen. A todos. A todo.

A lo mejor la sopa no sonaba y yo iba a tener que levantarme para ir corriendo a potar. Otra vez.

Mi rutina diaria, casi.

— Toma, te sentará bien.

Una voz aterciopelada se filtró en el bucle de mis pensamientos, pausando por un momento el conocido coraje que estaba acumulándose en mi pecho y deteniendo la espiral indecorosa de mi frustración. Mi distracción del momento había llegado.

Ver el aro que se ajustaba a uno de los laterales de su nariz me hizo flashear por un segundo, acelerando mi pulso y haciendo que me incorporara sobre mis codos.

No podía ser, no... Enseguida me di cuenta de que los ojos castaños que me observaban no tenían ese subtono rojizo, ni ese brillo tan suyo que aparecía cada vez que sonreía. Su pelo a contraluz tampoco debía ser tan rubio, ni sus rasgos tan poco definidos. No había lunar bajo su boca, sino uno junto ese piercing negro y otro casi en el centro de su cuello. Los tonos claros de su jersey casi se fusionaban con la claridad que entraba por la ventana y, ella, nunca llevaría un jersey así con sujetador.

Come Back And TryWhere stories live. Discover now