CAPÍTULO 32

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POV Natalia

— Tengo una flor en el pecho, a ver si deja... De doler —. Fraseé por encima de la melodía —. Me intento quedar con lo bueno... Por si te veo... Aparecer.

Cerré los ojos sintiendo la vibración de la caja contra mi torso semidesnudo, manteniendo la voz en susurros e inventándome la continuación sobre la marcha. Tarareando. Dejándome llevar por las armonías y disfrutando del calorcito del sol incidiendo directamente sobre mi piel.

Quedarse con lo bueno. Algo que me había salvado de perder la cordura en más de una ocasión.

A mis cortos veinticinco años podía decir que había vivido intensamente, sin frenos, que había arriesgado hasta dejarme el alma en el intento y que había experimentado hasta exprimir cada gota de mis posibilidades. Las posibilidades que yo había querido experimentar. Y otras que no habría querido tener tan cerca, pero que había logrado sortear de igual manera.

Había sido una niña abandonada, una medio-huérfana, una marginada que no encajaba con la gente de su edad, una rebelde que ayudaba a su mejor amiga a escaparse por la ventana, una bailarina imprudente que tuvo que trabajar el triple para recuperar su posición, una modelo de la que muchos habían intentado sacar tajada... Una chica que no le temía a nada, ni a nadie, que creía tener la libertad de hacer lo que le diese la gana - con quien le diese la gana - y cuyas cadenas eran únicamente apretadas por sí misma.

Y apretaban, vaya que si me las apretaba.

Había saboreado el gusto de la fama, tan dulce como amargo, tan contradictorio como desgastantemente peligroso. Me había emborrachado. Demasiado. Había empalmado un amanecer con otro hasta quedarme sin recursos, había fumado, había tenido sexo hasta acabar adolorida, había tenido que luchar con adicciones que se sentían como mías, había tocado fondo hasta poner en riesgo mi propia vida, me había lanzado al vacío y me había vuelto a subir a la montaña más alta para poder tirarme de nuevo... Porque sí, porque no me conformaba con una primera hostia descomunal, tenía que intentarlo hasta conseguir caer de pie; pero también había aprendido muchísimo a raíz de eso, había conversado con gente de todo tipo, había viajado por ciudades que desconocía, había sido capaz de emocionar a otras personas con mi trabajo y había podido sentir tanto que a fecha de hoy seguían temblándome las piernas, las manos, todo.

Había sido hija, hermana, nieta, sobrina, amiga, alumna, maestra, madre... Y otro sinfín de títulos de una familia maravillosa a la que amaba con todo mi ser. Nos uniese la sangre o no.

Había sido confidente y había sido amante. Y me había enamorado, plenamente, hasta las trancas. Como esa cría ingenua a la que le decían que no metiera los dedos en el enchufe, y ella decidía que sería mucho más divertido meter el tenedor. Como esa loca, carente de razón, que iba a ciento cincuenta kilómetros por hora por una carretera llena de curvas, pisando acelerador y fundiéndose con un volante que dijo jamás tocar. Un volante que le había hecho delirar, flotar, entregarse en cuerpo y alma en cada beso y perder el norte con cada mirada.

Había llorado, había reído, había compuesto canciones hasta desgastarme los dedos y había servido de inspiración... Había encontrado mi voz... Había cortado hilos y había perdido a gente importante, pero me había hecho más fuerte a base de curar heridas y había recuperado algo que creía irrecuperable. Alguien. Alguien a quién extrañaba desde que tenía uso de razón.

Por no olvidar, que había visto crecer a personas de las que no me podía sentir más orgullosa. De todos, todos habíamos crecido muchísimo, pero siempre tendría una devoción un poquito más especial por el solecito que seguía enroscándose a mi pecho para poder dormir. Como cuando era un bebé del tamaño de una sandía que lloraba durante horas y solo se relajaba con mis tarareos y el latido de mi corazón.

Come Back And TryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora