CAPÍTULO 42

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POV Natalia

— Papá y mamá llegarán en menos de dos horas. — Hice el cálculo tras comprobarlo en el smartwatch de mi acompañante.

— Lo sé.

— Te he dejado una lista en la nevera con todos los contactos de emergencias. — Pasé las pantallitas hasta llegar al parte meteorológico —. Si pasa algo o tienes alguna duda, por absurda que sea, llámame inmediatamente, Santi, por favor.

Le había apuntado seis números con los que podía contactarme, los seis que íbamos dentro de ese vehículo, ordenados por probabilidad de cercanía y accesibilidad; aunque los tuviese tan agendados como el de la ambulancia, los bomberos o mi equipo de seguridad. Por si las moscas, siempre era mejor ser precavido.

La temperatura estaba dentro de unos parámetros ideales, pero me estaba arrepintiendo de haberle quitado la colcha de la cama a la más pequeña de la casa. Se había pasado toda la tarde en remojo y, tras tanto tiempo bajo el sol, podría llegar a destemplarse.

— Nat, que papá y mamá llegarán en menos de dos horas.

Dejé salir el aire de golpe, acariciando el antebrazo bronceadito de Hugo en cuanto bajó su mano por mis muslos. Eso se lo acababa de decir yo. Y no era un dato que me aportase mucho, en menos de una hora podía pasar de todo.

— ¿Has comprobado ya que el walky-talky tenga la batería cargada? — Continué aislada de la conversación que se desarrollaba a mi alrededor.

— Sí...— La hartura al otro lado de la línea no me paró.

— ¿Pero seguro que estaban todas las lucecitas verdes encendidas? Porque mira que, si le queda poca, puede no llegarte bien la señal a larga distancia.

Y eso era catastrófico, especialmente si se despertaba en medio de una pesadilla y no estábamos ahí nosotros - ni sus abuelos - para calmarla. Ese intercomunicador le hacía sentir mucho más segura. A ella y a mí.

— Hermani... Que solo son las ocho de la tarde, por el amor de Ezio Auditore.

No sabía quién era ese.

— ¿Y...?

Se podía quedar frita en cualquier momento. Aprovechando la llegada de nuestra chica afro favorita, no le había dejado dormir siesta al recogerla del Galerian, para que no se estuviese hasta las tantas dando guerra.

— Que no hemos ni cenado y está encerrada en su cuarto, hablando con sus amigas, ¿puedes relajarte un poquito?

No me gustaba nada ese tonito condescendiente que me estaba poniendo.

— ¿¡Cómo que encerrado!? — Las caricias del dueño del reloj se convirtieron en un pellizco gratuito que me sobresaltó —. ¿Qué amigas, Santi? ¿¡Seguro que son sus amigas!?

Le di un manotazo en la muñeca y le dediqué una mirada fulminante. Que me dejaba sorda con los gritos. Pedazo de bestia.

— Unas, no sé, no quiere que suba a cotillear.

Mierda.

— ¡Santiago! — Se le hinchó la vena de la frente al instante —. Activa ese walky-talky ahora mismo y acércalo al teléfono.

— ¡Hugo! — Le regañé por aplastarme contra el asiento.

Debía pesar cien toneladas, por lo menos. Puto gigantón.

— Santiago, ¡escúchame! — Mis empujones le servían de poco —. Aléjala de ese portátil si ves a un niño con pintas de elfo libre en la pantalla, ¡aléjala!

Come Back And TryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora