CAPÍTULO 33

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POV Natalia

Mierda.

Mierda, mierda, mierda...

¿No que estaba sola y aburrida en casa? ¿Sin nadie? ¿Sin planes? ¿Sola?

Quizás me había precipitado un poco al suponer que eso seguiría siendo así más de cuatro horas después.

Presentarme en su puerta, sin avisar, a riesgo de no encontrarla o de que estuviese ocupada no había sido de lo más inteligente, pero es que poco me faltó para atragantarme con las famosas galletas de mi madre - en plena charla informal de sobremesa - al abrir no-tan-accidentalmente nuestra conversación, topándome de lleno con esa foto hecha con toda la mala intención al espejo de cuerpo entero de su cuarto. Había venido con ataque de tos incluido y, si ya había sido difícil no pensar en ella antes de verla sentada en el borde de la cama, con las piernas cayendo a cada lado, la sábana pasando estratégicamente entre ellas para cubrir lo esencial, con uno de sus brazos sujetando el extremo de la tela contra sus pechos, con la luz reflejándose en su piel de porcelana y con los rizos alborotados alrededor de su mirada vertiginosa... Hacerlo después fue imposible.

Era una declaración de intenciones. Ya no solo porque fuese la jodida mejor fotógrafa del Universo y supiera cómo jugar con ello, sino que acompañarlo con un "ojalá poder estar ahí para escucharte tocar la guitarra" y condecorado con un "extraño oírte cantar suave" me carcomió más la moral que cualquier guarrada que me pudiese haber soltado.

No podía. Ni siquiera tenía pensado ir a otro lugar que no fuese la antigua casa de Noe, iba a aprovechar que todos habían hecho planes para contestar mails, hacer llamadas y centrarme en el trabajo. Mi trabajo. Cosas importantes y productivas. Pero no podía, no era de hierro, no era capaz de dejar algo a medias y mi subconsciente me había acabado traicionando, mandando a la mierda todo lo que me quedaba de autocontrol.

Con ella lo enviaba todo a la mierda. Alba Reche era mi puñetero problema, de siempre.

Emitió un lamento ronco sobre mis labios y el sonido viajó por mi médula a contracorriente. Me estaba funcionando la cabeza a mil por hora, bajándome de las nubes y reconectándome con la realidad, pero la mano que me había metido por debajo de la falda seguía presionándome contra ella y la que tenía enmarañada en mi pelo seguía sosteniéndome tan férreamente que me complicaba el separarme. La entendía. Era lo último que me apetecía hacer a mí también, por lo que deslizar mi palma con suavidad desde sus costillas y trazar su mejilla con mi pulgar fue la mejor disculpa que le pude ofrecer.

No era muy respetuoso estar comiéndome a la hija del propietario de la casa en sus propias narices. Y yo a Miguel Ángel le tenía cierto aprecio, más allá del respeto que cualquier persona merecía.

Me cagaba en todo.

Me aseguré de que no fuese a desestabilizarse antes de poner distancia entre las dos, clavando mi foco en el hombre canoso que nos estaba dando la espalda y haciéndole un sutil gesto a ella para que se borrara los restos de carmín de la boca, igual que lo estaba haciendo yo con la mía. Bonitas nos había dejado.

— Papá... Em... — Se separó de la pared, acercándose —. Esto... No...

— ¡No! ¡Tranquilas! — Suspendió ambas manos en el aire —. No he visto tanga.

Noté un rápido tirón de mi falda hacia abajo mientras yo aún me planteaba si lo había escuchado bien, pero ver cómo Alba se mordía el labio y bajaba la cabeza cuál tomate en pleno esplendor me lo confirmó.

Oh.

— Nada, ¡nada! ¡No he visto nada! Ningún tanga, ni nada, porque no he visto, no veo, no hay nada. ¡Es negro! — Agregó atropelladamente, agitando los brazos hacia las escaleras —. Negro el espacio, no el tanga, ¡nadie lleva tanga! O sí, yo en eso no me meto, no es que tenga nada contra los tangas... Una vez acompañé a Marina a comprarse unos con florecitas que eran bien monos...

Come Back And TryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora