CAPÍTULO 53

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POV Alba

— ¿Aún sin noticias?

La densa melena azabache de mi chica se desplazó por su columna desnuda al girar la cabeza en mi dirección, estaba tal y como la había dejado hacía quince minutos, pero con la perfecta línea de sus hombros no-tan-recta y con un perfil carente de todas esas sonrisas que había conseguido sonsacarle. Supe la respuesta incluso antes de que murmurase un escueto no y volviese a enfocarse en la ventana, como si los tejados de la Gran Vía pudiesen contarle secretos. Suspiré.

Dejé las llaves en la alacena, me saqué las deportivas con los pies y avancé rodeando la mesa dónde abandoné la bolsa de tela al pasar. Me había hecho vestirme y bajar al supermercado que teníamos justo al lado para comprar unas galletas veganas que se le habían antojado, y yo prácticamente había saltado del colchón para ir a buscárselas, aun sabiendo que solo eran una excusa para quedarse sola cinco minutos. Por el estado de su móvil en medio de las sábanas revueltas, completamente desalineado y más como si hubiese sido estampado, era evidente lo que había estado haciendo.

Y que no había ido muy bien.

La rodeé con cuidado desde atrás y me puse de puntillas para presionar mis labios en su nuca. Su sabor era tan dulce y suave como prometía ese aroma que estaba impregnado hasta en los carretes de mis cámaras analógicas y, cuando sus manos recorrieron mis brazos y se torció un poquito en busca de mis mimos, presioné mi pecho del todo contra su espalda y besé su tierna mejilla como si pudiese arreglarle el mundo con ello.

Podía pedirme cinco minutos, o los que fuesen... Seguía aquí.

— Pronto dará señales de vida, ya verás. – Apoyé mi barbilla en su hombro.

— A veces se pasa semanas sin hacerlo.

— Pero no va a ser el caso.

Ni lo presentía, ni tenía indicios, ni estaba segura de ello; pero de lo que sí estaba segura era de que, como no fuese así, iba a ir yo misma a buscarle hasta debajo de las piedras con tal de arrastrarle de las greñas y obligarles a ambos a hacer las paces. A volver a sus complicidades, sus pactos, sus tratos... A nuestra normalidad.

Ahora mismo, hasta yo lo necesitaba más que a nada.

— Aitana me ha escrito. — Murmuró por lo bajito.

— ¿Mi Aitana?

Asintió. Oh.

— Está preocupada porque Hugo no se ha presentado a su reunión en el estudio y... No le contesta. — Como a nadie, me ahorré a decir. Había podido comprobarlo nada más poner un pie fuera del pisito, cuando estuve a punto de quemarle el número y de no escuchar a la cajera que me estaba dando el cambio.

Pero su contestador automático había llegado al tope. Y las ultimas veces ya ni me daba tono.

— ¿Has probado a llamarle tú?

Pregunta estúpida. No se me ocurrió nada mejor. Aun así, lo confirmó con un leve movimiento de cabeza y nos volvimos a sumir en el silencio.

Realmente, escalado el punto en el que estábamos, Aitana era de las pocas personas que se me ocurrían para ablandar el corazón furioso y herido del dragón, ella y la niña; pero la niña quedaba total y evidentemente descartada, no solo por la involuntaria asociación que hacías inmediatamente con la madre y lo mucho que tenía que ver, sin saberlo, sino porque ninguno de los dos estaría dispuesto a hacerle pasar por eso. La dejaban fuera. Y yo, más que nadie, entendía la frustración y el miedo que aparecía en sus ojitos al darse cuenta de que la apartaban.

<<— Mami. — Marilia y sus dos guardianes corrieron hacia nosotras en cuanto entramos en aquella casita resguardada y ajardinada.

Natalia no tardó ni dos segundos en soltar lo que llevaba encima para atrapar a su pequeña en un abrazo que probablemente necesitaría más ella que el pequeño terremoto, así que aproveché su prolongado e íntimo momento para saludar a las inquilinas temporales de aquella casa con una sonrisa y dar la atención a aquel par de peludos que cumplían su función mejor que muchos.

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