POV Alba
— Fue sin querer, Albichunchi...
Puse los ojos en blanco, dándole otro bocado a mi barrita de muesli y avanzando entre la multitud.
— ¿No te da pena que lleven todo el día llamándote? — Agregó siguiéndome de cerca —. Las pobres se sienten fatal...
No.
Sin querer tirabas un jarrón de miel al suelo y te querías morir hasta deshacerte por completo de esa sustancia pegajosa, no hurgabas entre los cuadernos de tu hermana mayor - sin ningún tipo de permiso, ni derecho - para sacar de ahí algo lo suficiente íntimo, comprometido y profundo como para exponerla sin pizca de contemplación. Esa canción no era co-compuesta, no le había enseñado la letra a Aitana como con otros escritos que había querido musicar, era solo mío y lo habían utilizado para armar la de Cristo.
Pena, lo que se decía pena, no era precisamente lo que me daban.
— Ellas pensaban que así os iban a dar el empujoncillo que necesitábais... Yo creía que no iban a estar tan mal de la chota como para hacer tremenda dedicatoria... — Puntualizó como si no la hubiese escuchado ya —. Y las cosas se fueron un poco de madre.
No hacía falta que me lo jurase.
— Julia, cállate un mes.
Que me medio confesara que ella estaba enterada de todo me había enfurecido. Era el puñetero colmo que se hubiese dedicado a darle alas a aquel par de inconscientes, pero no era el momento ni el lugar para enzarzarnos en una discusión.
Ni quería, ni me apetecía, ni lo iba a hacer.
— Jo, Reche... Pero si es que al final tampoco salió tan mal, ¿no?
La insinuación me hizo parar de golpe, provocando que la gaditana chocase contra mi espalda y que diese un paso atrás antes de que me girara con llamas en los ojos.
— ¿Y crees que ha sido gracias a vosotras? — Reclamé estupefacta —. Porque ya te digo yo a ti que no.
Nos costó la vida llegar a dónde llegamos. A las dos. Solas.
— No, si fue una tremenda cagada, si yo lo sé. — Aceptó levantando las manos —. Si yo también me quedé a cuadros con el desarrollo de los acontecimientos, pero...
— Pero nada.
Retomé el camino sin darle la oportunidad de recrearse. No quería escuchar más excusas baratas. Quería disfrutar de buena música, de los bailes de los grupos y de llegar al maldito lavabo antes de que la cola se hiciese interminable. Otra vez.
Estaba todo abarrotadíssimo, menos mal que estábamos al aire libre y el cielo estaba despejado, sino me iba a dar un soponcio del calor que se había instalado de golpe.
— Piensa que solo son unas chavalillas, Alba... Solo querían ayudar...
Qué pesada.
— Si te hubieran hecho una faena así con Sabela, ¿las defenderías tanto? — La encaré sin reparos.
Mis cejas arqueadas y mi postura desafiante hicieron que se desinflase. Era muy fácil hablar desde fuera, determinar lo que estaba bien o lo que estaba mal, decir lo que todos deberían hacer y buscarle la salida rápida a cada situación. Todo muy sencillo y muy trivial. Pero una vez que llevabas el problema a tu terreno, cuando el peso de las emociones golpeaba a tu puerta y era tu piel la que estaba siendo cuarteada, las cosas se veían diferentes. Muy diferentes.
Al final, todos éramos un poco hipócritas.
— Le pedí a Marina quinientas veces que se mantuviera al margen, le dije que quería hacer las cosas a mi modo. — Fui todo lo determinante que me permitió el alboroto a nuestro alrededor —. Y ella no dudó ni tres minutos en hacer lo que le dio la real gana, en tirarme a los leones y meter la pezuña hasta el fondo.
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