CAPÍTULO 35

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POV Alba

Decepción.

Desde mi punto de vista era difícil encontrar una sensación más cargada de tristeza y ruptura que esa. Ruptura de esperanzas que solo quedaron en espejismos, ruptura de promesas que nunca serán cumplidas, ruptura de una confianza que - por mucho que te esfuerces en reestablecerla - jamás volverá a ser igual de pura y genuina. Una sensación que te rompía por dentro, poquito a poquito, envenenando la fe y resquebrajando unas piezas cuyos trocitos se perdían por el camino.

Decepcionarse de alguien era un bache horrible por el que todos pasábamos alguna vez. Decepcionar a alguien, otro que llevaba arraigado un latente sentimiento de culpa, de peso, de responsabilidad... Pero ¿decepcionarse a uno mismo? ¿Fallarte hasta tal punto de perderte y ser incapaz de reconocerte, a ti, entre todos los escombros y grietas de un alma quebrada?

Probablemente lo más jodido por lo que había pasado en la vida.

Poner excusas o justificarse detrás de argumentos vacíos era la opción más sencilla. Las personas teníamos esa fea tendencia a echar la culpa a lo que fuese con tal de no reconocer nuestros propios errores - orgullo, le llamábamos -, yo lo había practicado durante muchísimo tiempo, eligiendo de entre todas las opciones la más cómoda y escondiéndome detrás de parches mal puestos; pero mentirse tenía un cupo y la cobardía debería tenerlo también.

Ser valiente no consistía en no tener miedo, sino en tenerlo y dar un paso al frente de todos modos. Contarle a Natalia parte de ese lastre que tanto había ido arrastrado fue uno de los mejores pasos al frente que pude haber dado. Estaba de racha. Sus caricias no dejaban ni un segundo que mi pulso se acelerase por otro motivo que no fuesen ellas, sus ojos oscuros me observaban con toda la calma que me trasmitían sus palabras y, me sentía tan comprendida y acogida entre sus brazos, que acabé soltándolo prácticamente todo entre sollozos fortuitos y lágrimas que caían sin permiso. Lágrimas que ella misma se entretenía en secar y reemplazar con pequeños besos cargados de dulzura. Los mismos besos con los que conseguía volverlo todo más liviano y hacer que las heridas me doliesen un poquito menos.

Me estaba cuidando, me estaba escuchando y me estaba dejando llegar hasta donde yo estuviese dispuesta. Sin presionar, sin limitarme, sin juzgarme, indagando tan despacito que me estaba ayudando a estar más entera de lo que jamás creí posible.

Mi mejor terapia en meses.

Le hablé de la grave manía que tenía de proyectar mis frustraciones en los demás, de cómo eso me llevó a meterme en altercados que alguna que otra vez acabaron en arrestos, de cómo otras estaba tan alcoholizada que mis mezclas me habían mandado directa a urgencias, de cómo había llegado a engancharme tanto a los tranquilizantes y a los antidepresivos como para necesitar una tratamiento de desintoxicación después... Yo, la que no toleraba el tema de las drogas y con todo lo intransigente que siempre había sido al respeto.

Yo, con todo lo hipócrita que siempre había sido, más bien.

También le confesé que ya estuve en riesgo de caer en algo así cuando me diagnosticaron la ansiedad, cuando aún era demasiado pequeña como para aprender a dosificar la ingesta de pastillas y cuando estuve al borde de que me hicieran un lavado de estómago por ello. Mi abuelo se acababa de morir, mi padre estaba saliendo con alguien por primera vez, mi madre no hacía más que discutir con él por asuntos de la custodia, mi hermana estaba teniendo problemas en el colegio y yo, ahora, podía ver que la ausencia de estabilidad había sido mi peor detonante desde los inicios. Aunque de algún modo me tuve que dar cuenta, porque el resto de mi vida se resumía en buscar la máxima estabilidad dentro de unos márgenes que solo existían en mi mente.

Márgenes que petaron de golpe años después.

Mi dependencia a los fármacos en mi época más oscura fue prácticamente total. No podía salir de mi habitación sin ellos, no podía dormir sin ellos, no podía vivir sin sentirlos continuamente en el bolsillo... Incluso había llegado a conseguir más frascos a base de chanchullos nada éticos y, lo mucho que me enajenaban, me había llevado a meterme en una discusión tan fuerte como para mandar a una chavala inocente a cuidados intensivos. Un empujón mal dado. Un empujón que ni siquiera iba para ella.

Come Back And TryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora