CAPÍTULO 16

21.3K 801 1.6K
                                    

POV Alba

Tendría que haberle hecho caso.

Quería que dejase de culparse y martirizarse, aunque a una parte de mí no-tan-profunda le ablandase el corazón verla así de preocupada, preocupada por mí, pero mi forma de quitarle peso no fue de mis mejores ocurrencias. Aquello luego se hinchó y dolía como un demonio.

¿Cómo iba a pensar con racionalidad, si la tenía tan cerquita y con los ojos vidriosos? 

Todo lo que me pasaba por la cabeza era que sus mechones azabaches me impedían observarla bien, que deseaba que me mirase así eternamente y que me moría de ganas por comérmela a besos. Allí mismo. 

No me esperaba que malgastara su noche de pasión presentándose en el Galerian, ni que se atreviese a acercarse tanto, ni que el contacto entre las dos se diera de un forma tan natural y esencial. Mi piel respondía a su piel y, por la forma en la que se erizaba la suya, pude darme cuenta de que para ella también era así. 

La electricidad era tan fuerte que me sirvió de anestesia. Podía tensarse lo que quisiera, podía retroceder para poner espacio, pero esta vez se había acercado ella y me había dado cuenta de cómo resplandecían sus ojos con los pequeños detalles que nos llevaban al principio. 

Estaba ahí, en su caja con sus candados de circonita, y yo había dado con la forma de aflojar poco a poco las cadenas. Ella siempre había sido una jugadora nata.

En el trayecto, estuvimos un rato más hablando de música y del trasfondo de las canciones que iban sonando en la radio. Me habría pasado horas metida en aquel coche, pero en cuanto llegamos, ella fue la primera en bajar para abrirme la puerta y pronto descubrimos a mi hermana espiándonos desde la entrada. Siendo tan discreta como un oso gigante detrás de una farola. 

La amaba con toda mi alma, pero eran dos interrupciones en el mismo día y tuve ganas de matarla a ella y a su cara de emoción.

Natalia le había puesto al corriente mientras yo batía un récord guiness en la ducha, pidiéndole que la mantuviera al tanto y que me convenciera de ir al médico. Así que aquella mosca cojonera de ojos azules no paró de darme la lata hasta cumplir los deseos de la morena, consiguiendo la excusa perfecta para estar escribiéndole casi toda la mañana.

Había que joderse. Me hacía daño yo, y las que hablaban eran ellas.  

En el hospital, me inmovilizaron la muñeca con una venda y me mandaron reposo absoluto. El pequeño esguince era tan leve que ni siquiera me mandaron algo más que hielo e ibuprofeno, pero al enterarse de lo vital que era para mi trabajo, la doctora me proporcionó algunos ejercicios para que recuperara pronto la movilidad.

Mi mayor problema: Nunca había sido buena para tolerar el dolor y era un absoluto desastre con la mano izquierda. Lo bueno fue que, al final del día, ya lo llevaba algo mejor.

Al enterarse de que ya estaba en casa, Natalia me escribió volviendo a pedir disculpas y preguntándome directamente cómo estaba. Intenté responderle, pero tardar cien años en hacerlo me desesperaba y acabé manándole audios, iniciativa a la que ella se acabó sumando también. 

Escuchar su voz era infinitamente mejor.

Estaba ocupada yendo de un lado para otro, recogiendo a gente de la estación y comprando las últimas cosas para la festa de cumpleaños, pero aún así me contestaba cada vez que podía y yo no podía estar más feliz de que eso nos llevara a hablar. Daba igual de qué, pero hablar. 

En la mayoría de sus intervenciones me preguntaba qué tal lo llevaba y si necesitaba algo. Me planteé un par de veces decirle que sí para robarle un poco de tiempo, pero preferí pasarle algunas fotos para que se quedase tranquila y comprobara que no se me estaba dando tan mal sobrevivir. 

Come Back And TryWhere stories live. Discover now