XLVIII

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Todos estaban alrededor del fuego, en silencio. El ambiente podía cortarse prácticamente con un cuchillo. Mikasa, Armin y Connie habían regresado hacía alrededor de una hora acompañados por los dos niños, Gabi y Falco, y los cambiantes Reiner y Annie, a los que no conocía. La tensión era palpable, hacía tan solo unos minutos habíamos sido todos enemigos y ahora Hange nos tenía alrededor de una olla para comer todos juntos. Aquello era casi ridículo.

Fue el olor precisamente de la comida lo que me hizo perderme el principio de la enorme discusión que estalló entre todos. En cuanto el guiso empezó a hervir, sentí unas nauseas que no había sufrido hasta la fecha. Me escabullí sin que nadie, en principio, se diera cuenta, y caminé a toda prisa hacia el interior del bosque. Al final no lo pude controlar más y vinieron las primeras arcadas. Sin embargo, no expulsé gran cosa, seguramente por todas las horas que llevaba sin ingerir comida. Aun así, el regusto que se quedó en mi boca era bastante desagradable. Noté un sudor frío recorrer mi frente y me llevé la mano a la tripa. Definitivamente aquellas nauseas habían sido provocadas porque estaba embarazada. No había otra explicación posible.

Cuando regresé, todos estaban ya sentados y parecían más tranquilos, aunque la situación seguía siendo incómoda. Tomé un poco de agua de una cantimplora y me senté a la izquierda de Hange, quien le estaba sirviendo a Jean otro cuenco más del guiso que había preparado.

—Te pondré un poco. ¿Dónde estabas? —me preguntó mientras cogía un cuenco para mí.

—No, déjalo. No tengo hambre.

—¿Qué? Tienes que comer —la mujer se giró para mirarme y, al hacerlo, su expresión cambió. No sé qué cara debía de tener, pero no debía de ser muy buena. Probablemente mi rostro estaría blanquecino. Me encontraba mejor, pero el regresar suponía tener que oler de nuevo la comida y volvía a tener el estómago revuelto—. ¿Estás bien? —bajó el tono de voz.

—Sí. Estoy bien. Esto es solo algo normal. Teníamos algo de fruta, ¿verdad?

—Sí. Hay un par de manzanas.

Me levanté y rebusqué en una de las cajas. Efectivamente, al fondo de una de ellas, había dos manzanas rojas. Cogí una y le di el primer bocado. Esperaba que al menos me aguantara en el estómago.

—Yelena, supongo que quieres que hablemos con franqueza de nuestros resentimientos para poner en orden nuestros sentimientos, ¿verdad?

Tomé asiento de nuevo al lado de Hange. No sé cuál había sido la conversación previa antes de mi regreso, pero tenía pinta de ser tensa.

—Sé que ese sueño fantástico que tanto ansiabas, hasta el punto de disparar a uno de tus compañeros, acabó de forma absurda y querías morirte —Jean dio un tragó a la botella—. Siento las molestias.

Yelena miró de reojo a Jean y sonrió ligeramente de medio lado antes de responder de forma ponzoñosa.

—Ah... Se me olvidaba. ¿Cómo se llamaba tu mejor amigo? Me lo dijiste, pero... Ah sí, Marco —todos tensaron los músculos. Los ojos de Jean se abrieron—. Dijiste que Annie había participado en su muerte, ¿no? ¿Annie ya te ha contado la verdad sobre la muerte de Marco?

Todos miramos a Annie.

—Le quité el dispositivo para maniobras tridimensionales —habló la chica tras un largo y pesado silencio—. Por eso se lo comió el titán.

—Annie solo cumplía mis órdenes —añadió Reiner inmediatamente—. Marco oyó por casualidad una conversación entre Bertholdt y yo. Temí que se descubriera quiénes éramos en realidad y pensé que, si un titán se comía a Marco, evitaría que lo pudiera revelar. Cuando estábamos en el aire, arrojé a Marco a un tejado y, mientras le sujetaba para que no se moviera, Annie le quitó el dispositivo. Marco no podía irse de allí y un titán que vino se lo comió.

Más allá de las murallas - SnK [LevixReader]Where stories live. Discover now