XXXII

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El dulce aroma de las flores frescas recorrió los rincones de la habitación cuando la suave brisa atravesó la ventana abierta. Sentada en aquella silla, tomando su mano, ignoré por completo a la persona que la cerraba con un chasquido, para después, dejarme a solas con él. Observé con detenimiento su mano, delgada y sudorosa, y, con mi pulgar, acaricié su piel, esperando que supiera que estaba ahí.

Había pasado una semana desde que había despertado. Finalmente, mi madre había expresado en voz alta lo que tanto miedo le había dado decir: Ezra estaba enfermo. Por mucho que los médicos le hubieron examinado y le hubieron proporcionado medicinas, mi hermano no había mejorado, sino todo lo contrario. Su condición había empeorado hasta tal punto que, a excepción de un milagro, lo único que podría esperarle era una muerte que estaba siendo lenta y dolorosa.

La habitación se llenaba de aquel olor a enfermedad y su pecho ascendía con dificultad, haciendo fuertes sonidos mientras él luchaba por respirar. Cogí el trozo de tela que había sobre su frente y la volví a mojar en la palangana que había sobre la mesilla y la escurrí. Con dificultad, dadas mis lesiones, que seguían curando, le mojé los brazos y las piernas y volví a colocar la tela sobre su frente, esperando que las altas fiebres que lo tenían en ese estado bajaran.

¿Qué le estaba sucediendo? ¿Por qué estaba en ese estado? Apreté mis puños con fuerza, clavándome las uñas en la carne. Me había esforzado durante toda mi vida para que mejorara y nunca había obtenido resultados. Había consagrado muchos años a estudiar medicina por él y nunca había dado con una solución. Sentía que, una y otra vez, fracasaba en todo lo que hacía. Daba igual lo mucho que me esforzara, nunca obtenía resultados. Así que estaba enfadada, no sabía exactamente con quién o con qué, pero deseaba que todas las personas que había a mi alrededor desaparecieran.

De esta manera, los días que siguieron a mi rabieta por la breve visita de Levi no consentí ver a nadie más que no fueran médicos, enfermeros o mi madre. Tras comunicarme que mis lesiones parecían estar progresando bien, mi madre soltó la bomba que sabía que había estado guardando desde que me había despertado y que no había querido decirme para que me centrara en mi recuperación. Sus palabras fueron como un jarro de agua fría y los médicos accedieron a que pudiera ir a visitarlo siempre y cuando fuera acompañada de algún enfermero o enfermera que me ayudara a desplazarme y no hacer así esfuerzos.

Entre su fuerte respiración entrecortada, Ezra emitió un gemido y me apretó la mano con fuerza. Sentí que un nudo se formaba en mi garganta.

—Tranquilo. Estoy aquí —susurré, acariciándole su pelo empapado por el agua y el sudor.

Pocos minutos después, alguien tocó en la puerta. Un joven se asomó y me sonrió tímidamente.

—Tenemos que volver.

Asentí. Sabía que no tenía mucho que protestar porque debía hacer caso a los médicos y, además, mi presencia allí tampoco iba a ayudar a que Ezra se curara o a que lo que fuera que le estaba pasando fuera menos doloroso.

El enfermero me ayudó a incorporarme. Cargando prácticamente todo mi peso en su costado, caminamos despacio hasta llegar a mi habitación, parándonos cada pocos metros para que ambos pudiéramos descansar. Llegamos sudorosos a la puerta de la habitación y, al abrirla, me invitó a entrar.

—Tienes visita —comentó antes de cerrar la puerta de nuevo.

Al fondo de la habitación, Historia miraba a través de una de las ventanas. Su cabello rubio estaba recogido en un moño sobrio y lucía un aspecto mucho más uniformado.

—No quiero ver a nadie —le dije con sequedad mientras me acercaba a la cama.

Historia se giró. La muchacha me observó con expresión dura.

Más allá de las murallas - SnK [LevixReader]Where stories live. Discover now