XXXIII

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El tiempo parecía acompañar la lúgubre atmósfera del lugar. Cruces de madera pintadas en color blanco se extendían a lo largo de la ladera. Frente a la que yo me encontraba, escrita con tinta negra, se encontraba el nombre de Erwin Smith. A mis pies, las flores que se amontonaban junto a su tumba se deshacían por la intensa lluvia y los pétalos se esparcían.

Una gota de lluvia cayó desde la tela de la capucha de mi capa y fue a parar la punta de mi nariz, que ligeramente asomaba. Me mordí el labio, con tanta fuerza que sentí un cierto sabor a sangre en mi boca. Necesitaba desplazarme hasta aquel lugar para cerciorarme, una vez más, que tanto el comandante de las Tropas de Reconocimiento como Moblit estaban muertos.

Aquel cementerio se había ampliado unos días después del regreso de Shiganshina. Un par de días después de la misión, varios escuadrones del ejercito habían puesto rumbo a esa zona para recuperar los cadáveres y dar a aquellos cuerpos un entierro digno. Al menos, a los restos de aquellos que sí lograron encontrar. Muchos cuerpos se perdieron entre los escombros. Sin embargo, aquellas personas de las que no se halló nada también disponían de su cruz en aquel cementerio, que pretendía rendir homenaje a todos esos soldados que habían dado su vida para la humanidad.

Como ya pude abandonar el hospital, quise hacer esta visita, ya que yo no pude atender al funeral. Cuando pregunté por algunos detalles, Jean y Connie me contaron que, lamentablemente, de Moblit no habían encontrado nada o, al menos, nada en concreto que pudiera identificarle. El estar tan cerca de la explosión había acabado posiblemente con su cuerpo o habría sido uno de los cuantos cadáveres que encontraron calcinados. El cuerpo de Erwin, en cambio, fue muy fácil de localizar. Levi se había encargado personalmente de colocarlo en una cama, dentro de una de las casas del Distrito de Shiganshina, junto a su capa. Fue sencillo recoger su cuerpo, que se encontraba en mucho mejor estado que el de la mayoría, y llevarlo de vuelta a casa.

Aquel gesto de Levi con el comandante hizo que se me encogiera el corazón. Porque, si alguien sentía la muerte de Erwin más que nadie, ese era él. Y yo, lo único que había hecho, era cuestionar su decisión y, por extensión, su autoridad. Había sido egoísta, había pensado más en mí que en lo que él pudiera estar pasando él y, por eso, no sabía cómo arreglar todo el daño que le había causado.

Me acerqué al caballo que había tomado prestado y, a duras penas, conseguí subirme sobre él de nuevo. Cada vez que hacía algún esfuerzo, mis costillas, aún sin soldar del todo, se resentían. Por eso, cuando había comentado lo que deseaba hacer, Jean había sido el primero en advertirme sobre ello. Desde lo sucedido en Shiganshina, Jean no paraba de darme sermones por cada cosa que hacía, lo que ya empezaba a molestarme, pero, por otra parte, tampoco se lo reprochaba. Recordaba nuestro regreso a Rose y cómo la sangre comenzó a salir a borbotones de mi boca. Tuvo que ser muy traumático para todos, pero en especial para él, porque le había insistido durante todo el trayecto que me encontraba bien cuando en realidad no lo estaba. No obstante, y aunque en parte el chico tenía razón, tenía muchas cosas por arreglar y, antes de conversar con Hange de lo que fuera de lo que me quisiera hablar, deseaba dejar zanjados esos asuntos. Uno de ellos era visitar a Erwin y Moblit al cementerio, el otro era visitar a la madre de este último.

Había conocido a Hilda Berner durante la operación en Trost, cuando la Legión de Reconocimiento había sido perseguida por la Policía Militar por conspirar contra la corona y el gobierno. Se trataba de una mujer regordeta de mejillas sonrosadas y un enorme corazón. Tan grande que, según me había dicho mi madre, había permanecido junto a mí durante los días en los que había estado inconsciente, aun cuando su hijo acababa de fallecer. Sin embargo, desde que había despertado, no había vuelto a saber de ella. No sabía si era porque quería que me centrara en mi recuperación o porque le resultaba imposible enfrentarse a mí, pues yo seguía con vida y Moblit, no.

Más allá de las murallas - SnK [LevixReader]Where stories live. Discover now