🥀 s i e t e 🥀

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El lunes había llegado, marcando el inicio de una nueva etapa en mi vida escolar. Cambiarme de curso a mediados del año no auguraba nada positivo, de hecho, se vislumbraba como una experiencia terrible. Mis deseos de ir a la escuela eran nulos; no me importaba que fuera un establecimiento pequeño y que el número de alumnos fuera reducido. En realidad, eso lo hacía aún peor. Cuantos menos estudiantes, más se conocen entre sí, y yo quedaba predestinada a la exclusión. No es que me preocupara en exceso, pero observar cómo todos tenían su grupo de amigos preestablecido mientras yo quedaba sola en un rincón era desolador.

Nunca antes me había enfrentado a ser la recién llegada en algún lugar. Había compartido aulas con mis compañeros desde la primaria, así que todos nos conocíamos bien y la convivencia en el salón era armoniosa. Siempre había alguien con quien compartir los recreos o conversar cuando los profesores se ausentaban. No obstante, ahora me encontraba en una situación diferente, y afortunadamente tenía mi celular como un recurso para aparentar que mantenía una conversación. Podía resultar patético, pero era la única opción que me quedaba.

Aunque, quizás, estuviera siendo un tanto dramática. Tal vez el día se desenvolvería mejor de lo esperado. No era necesario que mi primer día estuviera marcado por experiencias desagradables con pasteles lanzados hacia mí o burlas. Claro está, si alguien intentaba ridiculizarme, me defendería de inmediato y no dudaría en responder con firmeza, ya fuera un chico o una chica.

El uniforme, por otro lado, no lograba ganarse mi simpatía. Parecía demasiado perfecto, y el hecho de que fuera blanco no ayudaba en absoluto. Bastaba con sentarme en el suelo para que se manchara de inmediato. Aunque me gustaran las cosas blancas, la rapidez con la que se ensuciaban me resultaba desalentadora. La falda, de un blanco que alcanzaba a mediados de mis muslos, el chaleco gris, la camisa blanca y otros elementos, todos conformaban una paleta de colores que oscilaba entre el blanco y el gris extremadamente claro.

—Lucas las llevará y las traerá de regreso— me dice Marisol señalando al pelinegro, quien casi muere ahogado al atragantarse con un pedazo de pan.

—¿Acaso tengo cara de chófer?— me ahorro el comentario de responderle.

—No, tienes cara de perro. No te quejes y haz lo que tu madre te ordena— el señor Leonardo emana un aura dominante, capaz de hacer dudar hasta del propio nombre con solo una mirada. Si no me creen, observen a su hijo, quien comparte la misma presencia dominante y, aun así, no puede enfrentarse a su padre. Al parecer, el alumno aún no ha superado al maestro.

—Más adelante, Anabelle sabrá ir y venir sin problemas. Mientras tanto, tú la llevarás a donde quiera, sin quejarte— Lucas sigue quejándose, pero no le presto demasiada atención.

Todo mi enfoque está dirigido a mi primer día en una escuela nueva. ¿Tendrán el mismo sistema educativo? ¿Los profesores siguen siendo igual de abusivos o son un poco más tolerantes? Espero que no. Tuve un profesor de literatura que adoraba asignarnos extensos trabajos todos los fines de semana, que fácilmente alcanzaban las quince hojas. Un fin de semana perdido por completo.

—¿Están preparadas para la escuela?— pregunta Marisol. Quien se apresura en responder es Alana, que está realmente emocionada.

—Sí, quiero conocer amigos nuevos con los que jugar y tener citas como Nani. ¡Quiero tener un novio!— chilla con cierto dolor. No puedo estar más sorprendida por sus palabras.

—No, Alana. Las niñas de tu edad no cultivan romances, solo comparten amistad. Eso solo acontecerá cuando alcances tus veinte años, como mínimo, momento en el que serás lo suficientemente madura para comprender el significado de un compromiso real— expone Lucas sin dirigir la mirada a nadie, apretando los cubiertos entre sus manos. Parece estar un tanto contrariado, y no alcanzo a comprender el motivo.

Los Marshall #PGP2024Where stories live. Discover now