🥀 t r e i n t a | n u e v e 🥀

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Narración: Anabelle Russell.

Despierto con una lentitud que parece desafiar al tiempo, abriendo mis ojos con esfuerzo y frunciendo el ceño al percibir una invasión de luz a través de la ventana. Un peso abrumador reposa sobre mí, y al elevarme un poco, descubro la presencia de dos cuerpos que me envuelven en su abrazo. La mitad superior de mi cuerpo descansa sobre Gunther, mientras que Volker, detrás de mí, aferra mi cintura con firmeza. Desnudos, todos compartimos la vulnerabilidad que solo la intimidad revela.

La luz del amanecer acaricia torsos desnudos, creando una atmósfera de confesiones silenciosas. Mis propias carencias, evidenciadas al notar la ausencia de mis prendas íntimas, despiertan incomodidad en mí, una sensación que hasta ahora desconocía.

Una mueca de sorpresa se dibuja en mi rostro al experimentar un leve ardor en mi intimidad, un eco inesperado de la noche anterior. Resulta desconcertante, considerando que no hubo penetración con ninguno de los dos. Sus habilidades orales y digitales me condujeron a un éxtasis sin igual, desencadenando más de cuatro orgasmos que resonaban en la oscuridad compartida.

Entre jadeos y susurros, ambos coincidieron en una decisión inusual. En un acto de sincronía, declararon que aquel momento debía reservarse, volverse especial, en lugar de perderse en la esporadicidad de una ducha. La contención de sus deseos, envuelta en una ternura inesperada, reveló una complicidad que trascendía el mero placer físico.

No estás lista para eso, aún— expresó Gunther con tono protector, mientras Volker asentía con complicidad, sus ojos reflejando una comprensión más profunda.

A pesar de la gratificación entregada, la noche culminó en un acto de cuidado maternal. Baños delicados, mimos como si fuera una niña necesitada, y yo, receptora de este gesto sin cuestionar su naturaleza.

Me deslizo con cuidado entre los dos cuerpos que descansan plácidamente, procurando no perturbar la paz de su sueño con el murmullo de las sábanas. Al abandonar la cama, me detengo un instante frente a ellos, observando cómo los dos rubios duermen ajeno a mi presencia, vulnerable en su quietud.

Desnuda y en silencio, como una sombra en la penumbra, contemplo la escena con una mezcla de complicidad y fascinación. Cada curva de sus cuerpos es un testimonio de la intimidad compartida, de los momentos compartidos en la oscuridad. La contemplación, un acto silencioso de aprecio, parece encapsular la esencia de la conexión fugaz que ahora se suspende en la quietud del dormir.

—Siempre me ha gustado ser el relleno de la galleta— susurro para mí misma, como si esa simple afirmación encerrara la complejidad de la situación. El espacio diminuto en el que estuve apenas unos momentos antes cobra un significado más profundo, como si fuera el epicentro de una experiencia única.

Un eco de satisfacción y melancolía resuena en mis pensamientos mientras me pierdo en la contemplación. La ironía de mi posición, como el centro de un delicado equilibrio entre dos mundos, se revela en ese instante, convirtiendo este amanecer en un recuerdo que se aferra a las fibras más íntimas de mi memoria.

Me dirijo con paso cauteloso hacia la mesa de tocador, donde mi celular reposa en medio de un susurro de notificaciones. La pantalla ilumina la habitación en un resplandor tenue, revelando que el reloj marca las seis de la mañana con quince minutos exactos. Con un suspiro, me sumerjo en la rutina matinal, mis movimientos cuidadosos para no perturbar el tranquilo sueño de los rubios que aún yacen plácidamente en la cama.

Del armario elijo un vestido beige, un lienzo de sencillez que contrasta con la complejidad de la noche pasada. La elección de la ropa interior, sin hacer juego pero confortable, se convierte en un pequeño acto de autenticidad en medio de la atmósfera cargada de intimidad.

Los Marshall #PGP2024Where stories live. Discover now