🥀 c u a r e n t a | u n o 🥀

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—¿Seguro que no te molesta esperarme aquí, Rodrigo? No me gustaría dejarte solo, esperándome— le digo a mi mejor enemigo, mientras me pongo unos calcetines, con mis tenis frente a mí, listos para ser calzados. El aire entre nosotros vibra con la tensión que siempre acompaña nuestras interacciones.

—Para nada, vete con tu papásito a donde quieras, y no pienses en mí— su respuesta suena a sarcasmo, pero hay algo más en sus palabras, algo que apenas puedo descifrar.

Sonrío, aunque sea como una tonta al escucharlo hablar, intentando ocultar la incomodidad que se agolpa en mi pecho. Alzo la cabeza, encontrándome con la mirada gélida del rubio mayor, que no se ha movido de la puerta ni por una milésima de segundo. Sus ojos, como dos fragmentos de hielo, penetran en los míos, revelando una tensión sutil pero palpable.

La habitación parece encogerse mientras nos observamos, dos polos opuestos atrapados en una danza constante de rivalidad y atracción. El simple acto de ponerme los calcetines se convierte en un ritual incómodo bajo su mirada intensa.

El silencio se prolonga por un momento, solo roto por el suave murmullo de la tela al deslizarse sobre mi piel. La atmósfera está cargada, y cada palabra no dicha pesa en el aire como una promesa suspendida.

La tensión se desvanece cuando, finalmente, rompo el contacto visual y me concentro en terminar de prepararme. Pero la sensación de su mirada persiste, como un eco que resuena en el rincón más profundo de mi conciencia. Estoy lista para enfrentar el mundo exterior, pero la intriga y la complejidad de nuestros lazos persisten, como sombras que se deslizan en las grietas de nuestra complicada relación.

Permanece estático, con su hombro recostado en el marco de la puerta, sus ojos de águila escudriñando cada rincón de mi habitación. De vez en cuando, señala el reloj en su muñeca con mi dedo índice, una clara señal de impaciencia que no necesita palabras para expresarse. La atmósfera se carga con la tensión que siempre flota entre nosotros, un recordatorio constante de nuestra complicada dinámica.

Tuve que despojarme del vestido que llevaba desde la mañana, ahora vistiéndome con un pantalón negro, una camisa azul claro y una chaqueta del mismo color que mi pantalón. Cada prenda es una elección cuidadosa, una armadura que intenta ocultar la vulnerabilidad que subyace bajo la superficie. La habitación se convierte en el escenario de una metamorfosis, donde cambio la apariencia pero la esencia permanece inmutable.

Afuera, el clima no es lo suficientemente frío como para desencadenar temblores inmediatos al abandonar la cálida protección de la casa. Sin embargo, la amenaza de enfermar se cierne en el aire fresco, y eso es algo que deseo evitar a toda costa en este momento.

La coreografía silenciosa entre nosotros continúa. Él, en su posición inmutable, observa cada movimiento con una paciencia que choca con la urgencia impresa en sus gestos. El reloj avanza, y con cada segundo, el peso de nuestra interacción se intensifica.

En el espejo, veo mi reflejo transformarse. La expresión en mi rostro revela una mezcla de determinación y vulnerabilidad. No solo me estoy preparando para enfrentar el mundo exterior, sino también para desafiar la complejidad de nuestra relación, una danza de rivalidad y atracción que nunca deja de sorprenderme.

—Cuando regrese haré ese texto y te enviaré la respuesta por mensaje, ¿De acuerdo?— le pregunto, finalizando el proceso de arreglarme. El silencio momentáneo se llena con la expectación que se acumula en el espacio entre nosotros.

—Claro, y yo te envío las respuestas de las demás asignaturas— contesta, su tono despreocupado revela una camaradería que, a pesar de todo, persiste en nuestra relación. —Y tú, grandulón, recuerda que ella es como medio metro más pequeña que tú, un poco de cariño y menos salvajada le vendrá muy bien—

Los Marshall #PGP2024Where stories live. Discover now