🥀 c u a r e n t a 🥀

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—Esto se ve bien— dice tía Mari con una sonrisa de anticipación, acomodándose en su silla. Sus ojos brillan al observar la mesa repleta de delicias dispuestas para nuestro ritual matutino. Minutos después, tío Leonardo se une a la escena, colocándose a un lado de su esposa y sellando su llegada con un beso tierno en su frente.

—¿Quién lo hizo? Anabelle y Lucas no cocinan, deben ser Gunther o Volker. ¿Cuál de los dos?— pregunta con curiosidad.

—Yo..— comienza Volker, apareciendo con una botella de miel y tomando asiento a mi lado.

Lucas, con su característico toque de sarcasmo, se une a la conversación:

—Espero que esto no tenga veneno— se burla mientras se sienta frente a nosotros. Alana, a su lado, mantiene una expresión molesta que ha persistido durante toda la mañana.

En el extremo de la mesa de la cocina, tío Leonardo y tía Mari ocupan su lugar, irradiando afecto palpable. La complicidad entre ellos se refleja en cada gesto compartido. A la derecha de tío Leonardo, Gunther se sumerge vorazmente en la comida, revelando una impaciencia hambrienta, conocida por todos como señal de su apetito insaciable. A su lado, Moira, la pequeña puma rescatada el día anterior, permanece seria, sin probar bocado, sus ojos reflejando una preocupación que no pasa desapercibida.

Justo después, mi presencia en la mesa, paciente y respetuosa, esperando cortésmente a que todos se acomoden para comenzar la comida. A mi lado, Volker, el arquitecto culinario de este festín, se acomoda sin camisa, al igual que los demás jóvenes en la mesa, revelando una despreocupación compartida. Frente a él, Lucas, intenta arrancar una risa a Alana, pero sus esfuerzos caen en terreno infructuoso mientras ella permanece ajena a sus intentos.

En un matiz intrigante, se revela el juego inocente entre Alana y Lucas, su relación bordeando la línea entre primos y una complicidad que sugiere un vínculo más profundo. Aunque Alana, con sus escasos cinco años, podría fácilmente confundirse con las mariposas de un primer enamoramiento, la situación es matizada por la realidad familiar.

Una silla vacía, al final de la composición, se convierte en el eco silencioso de ausencia. Un espacio que espera ser llenado.

—No tiene veneno, tranquilo— murmura el rubio con una chispa de burla —Lo que sí te aconsejo es que compres un nuevo champú, porque puede que, casualmente, le haya puesto crema depiladora para derribar esa melena tuya de la que tanto presumes— Su comentario se pierde entre risas y gestos cómplices.

—Tienes envidia de que mi pelo negro crece más rápido que el tuyo, rubio— contraataca Lucas, mostrándole su dedo medio en un gesto desenfadado.

—El tamaño del cabello, querido amigo, no es lo importante— al terminar de escuchar aquello, casi me ahogo con mi jugo. Mi mirada perpleja se encuentra con la del rubio, quien responde con un guiño travieso.

—¿Pequeña, por qué no estás comiendo?—pregunto a Moira. Su expresión adorable, marcada por un puchero constante, revela molestia y temor mientras observa el plato sin tocar —¿Es que no tienes hambre? —ella niega con timidez —¿Quieres que te dé yo la comida?— asiente, desviando la mirada.

—Yo también quiero que me des la comida, Nani— interviene Alana, con una expresión aún más molesta.

—Tranquila, princesa, yo te daré la comida a ti— ofrece Lucas, aunque sus palabras no parecen calmarla —¿No quieres?—insiste, notando la angustia en los ojos de Alana.

—Lo que no quiero es que ella se robe a mi Nani— declara Alana, señalando a Moira, cuyos ojitos se llenan de lágrimas una vez más.

—Alana, preciosa de mi corazón, nadie va a robarme, y lo sabes bien, yo soy solo tuya— sonrío, extendiendo mi mano a través de la mesa para agarrar la suya, significativamente más pequeña que la mía. Finalmente, la expresión molesta de Alana desaparece y una sonrisa complacida ilumina su rostro.

Los Marshall #PGP2024Where stories live. Discover now