🥀 c a t o r c e 🥀

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Narración: Anabelle Russell.

Envuelta en capas de abrigo más gruesas de lo previsto, el clima despiadado mostró su hostilidad esta noche, con vientos helados que intensificaban el frío en todos los rincones, especialmente afuera. Casi cancela mis planes, pero no estaba dispuesta a dejar que unas ráfagas de viento frustraran mi curiosidad. Opté por un abrigo largo y grueso de color rojo, prestado por Marisol. Nadie en el auto necesitaba tanto calor como yo, y debido a eso, Lucas no ha dejado de burlarse de mí.

—¡Hey, tú! La del abriguito rojo— sus insultos son como los de un niño de preescolar, pero no por eso menos molestos. Sus comentarios constantes mientras está a mi lado son exasperantes, y tengo el deseo latente de arrojarlo por la ventana del auto desde hace un buen rato.

—¡Ya déjame!— me quejo, pero él simplemente se ríe. Parecemos dos hermanos pequeños que no pueden llevarse bien, y no estamos tan lejos de eso; somos primos y vivimos juntos —¡Mari, regaña a Lucas!— lo empujo.

—Lucas, deja a Anabelle tranquila— dice ella desde el asiento del copiloto, sosteniendo a Alana sobre sus piernas —O tendrás que regresar a casa caminando, te lo advierto— amenaza.

—Parece que te has disfrazado de tomate — vuelve a burlarse. Esta vez, no lo resisto más y le doy un golpe en la cabeza con mi bolso negro. Hubiera preferido que fuera rojo, pero no tengo ninguno de ese color, y Marisol tampoco, así que tuve que conformarme con el negro.

—¡Mamá, me pegó!— ahora es él quien se queja, pues su nariz se llevó la peor parte. Me río al ver cómo sus ojos se cristalizan mientras se toca la nariz.

—¡Ya basta los dos!— regaña Leonardo. No hizo falta nada más, ya que sus quejas cesan al igual que mis risas.

Leonardo, indiscutiblemente, ejerce la voz de autoridad en nuestra familia, manteniendo un control inquebrantable. Ayer, orquestó una tarea peculiar para Lucas y para mí: un meticuloso patrullaje del patio, encargado de recoger desechos y hojas caídas. Su papel era más de director que de participante; sacó una silla de la cocina, la colocó cerca de la puerta y, sentado con una bebida en la mano, impartió órdenes. Mis expectativas de compasión menguaron, especialmente después del incidente con el cuervo.

La insistencia en esta tarea arcaica ocultaba un motivo más profundo: la búsqueda de mi colgante. Lamentablemente, a pesar de nuestros fervientes deseos, nuestros esfuerzos resultaron infructuosos. Lucas salió en busca de él en lugares no revelados, pero lamentablemente regresó con las manos vacías. Mientras me bañaba, las lágrimas fluían; el colgante es una reliquia profunda. Fue el último regalo de mi abuela, entregado con la súplica de resguardarlo como la llave de la prisión de mi alma. A pesar de su demencia senil, atesoro los recuerdos vívidos de ella tejiendo relatos fantásticos.

Tras soportar quince minutos más en el coche, llegamos al lugar del festival, un sitio familiar para Lucas. Situado en la entrada del bosque, lo encontré intrigantemente idéntico a la representación en el libro prestado por la bibliotecaria: el bosque donde los esclavos buscaron refugio y suplicaron a la Luna por fuerza.

El lugar irradiaba un resplandor etéreo, adornado con luces suspendidas de las ramas de los árboles y rebosante de multitudes festivas. Niños jugaban con juguetes en forma de lobos, algunos llevaban máscaras, imitando aullidos a la luna. Los jóvenes, distinguibles por sus túnicas carmesíes con detalles dorados, portaban con orgullo un emblema de lobo bordado.

La atmósfera del festival era encantadora, resonando con un sentido de tradición que evocaba la desgarradora historia de los esclavos y su súplica a la Luna.

—Es cautivador— murmuro, envuelta por la belleza que me rodea. Una marea de alegría flota en el aire; los ancianos comparten conversaciones, los jóvenes forman grupos, y los adultos, no tan ancianos, exhiben su orgullo.

Los Marshall #PGP2024Where stories live. Discover now