🥀 c u a r e n t a | c i n c o 🥀

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Rodrigo, con su tono burlón, desata una serie de comentarios que despiertan mi ceño fruncido, pero una observación sutil revela una verdad incómoda: él hace ejercicio. La ironía en sus palabras, aunque cargada de humor, se convierte en una pizca de hipocresía.

—Estira bien esos músculos, mujer del mal. No queremos que te acalambres en medio de la carrera y te mueras— su comentario, aparentemente absurdo, me irrita profundamente al insinuar una fragilidad exagerada.

—Es imposible que muera por un simple calambre, estúpido— mi queja, cargada de ofensa, busca desmentir la insinuación injusta.

—Una persona normal no moriría por un simple calambre, sim embargo tu..— su burla se interrumpe, dejando la frase sin terminar, pero la insinuación queda suspendida en el aire. Un manotazo en su hombro es mi respuesta inmediata, pero la sorpresa y la diversión en su risa revelan una verdad incómoda.

—¿Yo qué? Déjame tranquila, pesado —mi respuesta, aunque llena de desdén, no puede disimular la revelación de su doble estándar.

En la clase de deportes, nos preparamos para la crucial carrera de cien metros que se llevará a cabo hoy, un desafío que evalúa la resistencia de los recién transformados. En medio de la preparación, me enfrento a la incómoda realidad de mi situación. No soy recién transformada, y la perspectiva de participar me llena de desconcierto.

El peso de la inseguridad se manifiesta mientras calentamos motores, sintiendo el dolor en mi espalda. Esta prueba se vislumbra como una de las evaluaciones más significativas del semestre, aunque mi lugar en este escenario deportivo es ambiguo. La vergüenza me impide preguntar al profesor si debo participar, sumiéndome en la incertidumbre mientras veo a mis compañeros entregarse al ejercicio.

El uniforme deportivo, a diferencia del de mi antigua escuela, ofrece una comodidad palpable, alejándose de la imprudencia evidente en mi pasado. La camisa azul oscuro, ahora ajustada de forma discreta, se presenta como una mejora notoria, evitando la incómoda marca del sujetador que solía revelarse con el sudor. El short, del mismo tono, ha ganado en longitud, cubriendo adecuadamente y evitando la exposición excesiva de la piel.

Comparado con el atuendo anterior, este uniforme presenta una camisa blanca de corte holgado, adaptándose a mi figura sin resaltar la falta de busto. El short, más cómodo y apropiadamente largo, proporciona la libertad necesaria para correr sin sacrificar la decencia, extendiéndose unos centímetros por encima de la rodilla. La sensación de respeto y comodidad se entrelaza con la peculiaridad de mi anatomía, ofreciendo una mejora sustancial en términos de modestia y confort.

—¡Alumnos! ¡A la línea de salida!— el estridente anuncio del entrenador me saca de mi mente, seguido por el agudo sonido de su silbato.

La línea de salida nos congrega, listos para enfrentar la prueba que medirá nuestra resistencia. Agradezco en silencio que se trate de resistencia y no velocidad, ya que en ese terreno estaría en serias dificultades. Mis habilidades deportivas son nulas, carezco de reflejos y agilidad; incluso jugar tenis resultó en un desastroso incidente en el que la pelota impactó mi frente y, en mi torpeza, lancé la raqueta hacia la entrenadora.

Sin embargo, no todo está perdido. Los juegos de mesa son mi terreno fértil. He competido y ganado en ajedrez, damas, concursos de literatura y ortografía. Mi cuerpo puede ser limitado en el ámbito deportivo, pero mi cerebro demuestra ser una herramienta afilada.

El entrenador advierte con firmeza que no se trata de una carrera, instando a contener el impulso juvenil de liberarse y correr con fuerza. Sus palabras, impregnadas de autoridad, me dejan perpleja y con una confusión palpable. La mención de "Enseñanza Lobuna" despierta en mí una preocupación instantánea, desconociendo si se trata de una nueva asignatura o algún tipo de instrucción relacionada con sus lobos.

Los Marshall #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora