🥀 n u e v e 🥀

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Narración: Volker Marshall.

En el tumulto caótico de mi mente resonaban incesantes voces, un coro ensordecedor que me dejaba desorientado, sin poder discernir mi ubicación. Mi visión se nublaba, y a pesar de la figura difusa que intentaba comunicarse conmigo, las palabras se perdían en el caos de las múltiples voces que competían por mi atención. Un dolor palpitante se apoderaba de mi cabeza, como si algo intentara emerger prematuramente, desafiando la inminente Luna Roja que aún estaba a dos semanas de distancia.

En un arrebato de desesperación, me encontraba de rodillas en el suelo, incapaz de concentrarme. Múltiples manos intentaban sacudirme, mientras mi mente parecía al borde del colapso. Un contacto en mi cuello precedió a un pinchazo, y me desplomé, golpeándome la cabeza. El dolor se intensificó, pero al menos las voces cesaron, y mi visión se despejó.

Al recobrar la lucidez, me percaté del caos que había desatado. El pasillo de salones yacía en ruinas, con reliquias antiguas y casilleros destrozados a mi alrededor, salvo uno inexplicablemente indemne. Frente a mí, mi pareja, Brittany, intentaba infundir calma con caricias y palabras, pero mi repulsión hacia su contacto desconcertaba, dado que jamás había sentido tal aversión antes.

—Tranquilízate, amor. Han llamado a tu madre para que venga por ti— murmuró entre lágrimas, su rostro reflejando tristeza por mi estado.

Aunque me apenaba verla así, la necesidad de apartarla de mí se imponía, mientras el misterio de mi reacción repentina y el tranquilizante inyectado se mantenían sin respuestas claras.

Las palabras del director resonaron en el ambiente, y la enfermera asintió con preocupación mientras se proponían trasladarme a la enfermería para retrasar lo inevitable: la transformación que amenazaba con manifestarse antes de tiempo, un potencial desastre.

La calma comenzó a apoderarse de mí gradualmente, disipando la sensación de que algo intentaba escapar de mi ser. Aunque el malestar persistía, la amenaza inminente se atenuaba. Habían advertido sobre estos síntomas, sobre la prematura revelación del lobo interior que experimentaría en dos semanas. Sin embargo, la anormalidad de que se adelantara planteaba un peligro latente: la incapacidad de controlar al lobo o una transformación incompleta, condenándolo a ser una bestia sin conciencia de sus actos.

Mientras manos hábiles me levantaban y depositaban en una camilla, percibí la firmeza de cuerdas que me aseguraban, una precaución necesaria para evitar daños adicionales. Las ataduras presionaban mis brazos, muñecas y tobillos, conscientes de que el tranquilizante no garantizaba control total.

Agradecí internamente que los pasillos estuvieran desiertos, evitando miradas inquisitivas que complicarían futuras explicaciones. La incertidumbre de mi regreso al hogar se cernía, con la posibilidad de que mi padre optara por mantenerme resguardado hasta que el impulso de transformación se extinguiera. La pregunta persistía: ¿Cuál fue el detonante de este inusual adelanto en el despertar de mi lobo interior?

En la sombría encrucijada de mi mente, la emergencia prematura de mi lobo interior planteaba interrogantes inquietantes, un misterio que solo la figura implacable de mi padre, Antón Marshall, podría esclarecer. Anticipé con resignación la inminente colisión con su implacable desdén por las desviaciones de su estricto cronograma, agravado por la transformación tardía de mi hermano mayor.

Las palabras del director resonaron con la solemnidad de sus ojos teñidos de rojo, una conexión elemental que busca sosegar a los lobeznos jóvenes. Santiago Laurens,  más que un director formal, fue un protector emocional en mi vida, orientándome en momentos cruciales, desde partidos de pelota hasta consejos románticos. Aunque su afecto era esquivo, su influencia modeló decisiones significativas, incluyendo mi declaración a Brittany y los ánimos previos a mi transformación.

Los Marshall #PGP2024Where stories live. Discover now