🥀 t r e i n t a 🥀

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El gélido ambiente de la habitación se vio interrumpido por el susurro de mi desvelo:

—Tengo frío— Las dos palabras apenas escaparon de mis labios, pero resonaron lo suficiente en el espacio para que Volker, ese rubio distante que no era santo de mi devoción, se apresurara a cubrirme con todas las colchas disponibles sobre mi cama. Aunque no creo que yo sea si sea una santa a la que él le dedica devoción.

A pesar de mis reservas hacia él, su preocupación por mi salud se manifestó de manera innegable. Volker se mantuvo a mi lado, sigiloso pero presente, y Gunther, otro personaje inesperado en mi esfera afectiva, no se quedó atrás en mostrar su atención. La paradoja de mi resistencia ante la cercanía y mi necesidad de sus cuidados creó un conflicto interno.

Las caricias de Volker se posaron delicadamente en mi cabello, induciéndome a cerrar los ojos. Me encontraba dividida entre la aparente frialdad que pretendía mantener y la creciente vulnerabilidad que sus gestos suscitaban en mí. En ese momento, su voz resonó en la penumbra de la habitación, acentuando la paradoja:

—¿Así está bien? Incluso tu gato alienígena está aquí.

Cada caricia, cada palabra, tejían una telaraña de conexiones emocionales que me atrapaban de forma irremediable. El juego de luces y sombras en la habitación reflejaba mi conflicto interno, mientras la presencia de aquellos que no esperaba tener cerca me envolvía en una sensación agridulce.

—No le digas así a Mina, ella tiene sentimientos— susurro, tratando de infundir un matiz de protección en mis palabras. La cálida presencia de mi gata sobre mis pies, un consuelo silencioso en medio de la oscuridad emocional, se hace tangible.

—Aquí está el almuerzo— tres golpes en la puerta rompen el silencio. Gunther entra en mi cuarto con una bandeja en sus manos, revelando un plato de sopa. La aversión ante la perspectiva de comer se refleja en mi expresión.

— Vi eso. No me importa que no tengas hambre, igual vas a comer.

—No eres mi papá— replico, aferrándome a los bordes de la sábana para envolver incluso mi cabeza en un intento de aislarme —Además, estoy enferma; deberías respetar mi decisión de no querer comer. Podría vomitar si me obligas, o tener una mala digestión—

—No soy tu papá, pero igual me harás caso. Si vomitas, qué triste, igual comerás después. Así que arriba— la sábana que me protegía desaparece.

—¡Oye!— exclamo con furia, pero una punzada en la cabeza me hace soltar un quejido de dolor —¿Lo ves? Me estás maltratando— lloriqueo, dejando que el dolor físico amplifique mi protesta, mientras el conflicto emocional se profundiza en la penumbra de la habitación.

Acomodo mi figura junto a la suya, la sopa emana un aroma tentador mientras sus labios forman palabras que sugieren complacencia. La sonrisa cálida que me ofrece se disuelve en el aire cuando hago un puchero infantil, resistiéndome a ceder ante la propuesta culinaria.

Su voz, cargada de insinuaciones, se desliza como un susurro lascivo:

—¿Debo alimentarte como a un bebé?— La oscuridad se instala en el gesto, y sus ojos revelan un deseo que se mezcla con la indulgencia.

—Pero no quiero— susurro.

La presencia de Volker, acechando desde la penumbra, intensifica la atmósfera.

—Venga muñequita, no te hagas de rogar y déjate consentir un rato— pronuncia, su tono vibrando con una sugestión que hace que mi ceño fruncido se relaje. Finalmente, un asentimiento resignado emerge, marcando el inicio de un juego de complicidad.

Los detalles se magnifican, los silencios entre las palabras se tornan pesados, cargados de expectación. El aire se satura con una tensión palpable, como si cada acción y mirada estuvieran impregnadas de un magnetismo lujurioso. La narrativa se convierte en un tapiz de emociones entrelazadas, donde lo prohibido se funde con la tentación en un relato digno de explorar las profundidades más oscilantes de la psique humana.

Los Marshall #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora