🥀 c i n c u e n t a | o c h o 🥀

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Narración: Anabelle Russell.

—¿De verdad te vas a comer otro plato, Nani? Ya llevas como tres rondas de panqueques. Deja para los demás, egoísta, malvada— regaña Alana, con sus ojos furiosos y molestos, mirándome desde la otra esquina de la mesa. Claro, ¿cómo no molestarse si su hermana mayor le quitó tres panqueques cuando no veía? Mi reacción sería la misma.

—Te devoras todos los cupcakes que mamá prepara y ni siquiera parpadeo, tacaña— respondo, desafiante. Ella replica con una mueca ofendida, colocando una mano en su pecho.

—Es que mamá tiene favorita, y ciertamente no eres tú— me señala con solemnidad, su dedo apuntando como una acusación precisa.

Mi risa resuena en el comedor, pero en las profundidades de mi ser, un eco sutil revela el dolor oculto tras sus palabras. Alana, con una perspicacia que trasciende lo superficial, ha captado la cruda realidad de nuestros padres. Aunque formamos parte de una misma progenie, las demostraciones de amor se inclinan hacia una, y como acertadamente señaló, ciertamente no soy yo.

La disparidad de atención entre Alana y yo parece anclarse en la convencionalidad de que lo más joven merece más afecto. Un patrón que, a juzgar por mi experiencia, no es exclusivo de nuestra familia. En el vasto escenario de relaciones familiares, el favoritismo persiste, velado bajo la ilusión de la equidad. Aunque este desequilibrio podría generar resentimiento, mi indiferencia revela una aceptación resignada. Mi universo, al igual que el de ellos, orbita en torno a mi hermanita menor, una elección consciente que no lamento.

—¿Sabes qué? Brujita mal peinada. Le diré a Lucas que no te quiera— amenazo, aunque la efectividad de mi advertencia hacia mi primo, obsesionado con Alana, es dudosa.

—¡Tía, Nani me está molestando! ¡Dile algo por favor!— Tía Mari, desayunando junto a nosotras, observa la absurda pelea sin intervenir.

—Anabelle, ¿No estás grande ya para molestar a la niña?— me mira con ojos entrecerrados, pero con una sonrisa cómplice —Y ella tiene razón, deja de comerte los panqueques; los demás tendrán hambre cuando terminen de entrenar— regaña.

—¿Acaso ellos no desayunan antes de irse a hacer ejercicio? Se pueden desmayar— expreso con preocupación.

—Lo hacen, pero cuando terminan, tienen hambre— responde tía Mari.

—Oh, yo pensaba que..— mi comentario se ve interrumpido por un fuerte estruendo proveniente del exterior de la casa —¿Y eso qué fue?—

—No es nada— contesta tía Mari despreocupada —Son los muchachos en el entrenamiento, a veces se rompen cosas—

—¿Se quitan las camisas y sudan?— pregunto, alzando repetidamente las cejas ante la imagen mental que he creado. Tía Mari solo alza una de sus cejas, mirándome como si fuera una loca, pero una loca de otro tipo —Quiero ir a ver. Necesito ir a ver. No lo sabía, pero verlos hacer ejercicio es el motivo de mi existencia—

Me pongo de pie, aferrándome a los panqueques restantes en mi plato, porque sin duda no abandonaría mi desayuno.

—¿En qué parte de esta enorme casa es que ellos entrenan?— pregunto, sumergiéndome en la curiosidad que oscila entre lo inapropiado y lo irresistible.

—Detrás de la casa— responde Rosa.

—Nos vemos luego— sacudo mi mano libre en señal de despedida, mientras el llamado de la curiosidad yace muy presente en mi interior.

Emerjo de la casa, atravesando la puerta de la cocina, mientras degusto mi desayuno con la esperanza latente de contemplarlos ejecutar abdominales entre gotas de sudor. Para algunas mujeres, como yo, la visión de un hombre ejercitándose, especialmente si hay un interés romántico de por medio, se erige como una de las experiencias más sensuales concebibles.

Los Marshall #PGP2024Where stories live. Discover now