Capítulo 21. Ty

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No puedo respirar.

Mi corazón late deprisa en mi pecho, y mi boca se abre y cierra en busca de aire fresco. Siento como la sangre burbujea en mis oídos, en mis manos, en la punta de mis pies, y de repente siento frío. Mucho frío. Creo que me he vuelto loca cuando una oleada de calor se extiende por mi cuerpo, reemplazada unos pocos segundos después por otra de frío.

Frío y calor, frío y calor, frío y calor; mi mente entra en un bucle de pánico y mis extremidades empiezan a temblar sin control, sin que pueda hacer nada para hacerlas estar quietas.

Ya no soy yo, ya no tengo el control sobre mi cuerpo. Me estoy volviendo loca. Me quedaré así para siempre.

El peso que tengo en mi pecho no me permite expandir la caja torácica para respirar, así que jadeo siempre más rápidamente, ajena a lo que pasa a mi alrededor.

Me estoy quedando sin aire.

Me voy a morir.

Me agarro del pecho y abro los ojos como platos cuando entiendo que es la fin, que la vida está abandonando mi cuerpo y que ya no me entra aire en los pulmones. Mi corazón va a dejar de latir en cuestión de segundos.

Parpadeo muchas veces para alejar los puntitos negro y amarillos que danzan enloquecidos frente a mis ojos, y sigo jadeando y aferrándome a la vida, aunque ya tengo asumido que mi cuerpo está a punto de ceder.

Me estoy muriendo me estoy muriendo me estoy muriendo.

Cada célula de mi cuerpo, cada músculo, cada fibra está en alerta, esperando el final. Es como si en mi mente hubiera habido un apagón, y mis pensamientos racionales se hubieran ido completamente a la mierda.

Ayuda.

No puedo respirar.

Ayuda.

-¡Apártense! ¡Déjenme pasar!- grita de repente una voz masculina desconocida, y, un segundo después, siento unos brazos cálidos alrededor de mi cintura y mi cuello que me elevan del suelo.

-Tranquila, todo está bien- me murmura la voz del chico que me está cargando. No sé quién es porque tengo la visión demasiado borrosa y empapada de lágrimas como para distinguir sus rasgos, pero me queda bastante claro al levantar la mirada hacia su cabeza que tiene el pelo negro y algo largo -. Respira, respira hondo.

El chico me lleva fuera del aula y me sienta en el suelo del pasillo principal, que a esta hora del día está vacío. Puedo sentir el casillero a mis espaldas, frío y duro, y la solidez del suelo bajo mi trasero me hace dar cuenta de cuánto estoy temblando.

Intento recobrar el aliento, pero no lo consigo; el pánico me abruma y mi cuerpo sigue sin responder a mis comandos.

-Te tienes que calmar- espeta el chico que me acaba de salvar de ese infierno que es mi salón. Su voz es suave y dulce, pero obviamente contiene una nota de preocupación y alarma debido a la situación -. Estás teniendo un ataque de pánico. No es nada grave. Solo tienes que respirar conmigo.

Al ver que no respiro y sigo jadeando como una loca, el morro me coge de las manos y me las aprieta.

-Respira conmigo. Tú puedes. Inhala... Exhala... Inhala... Sí, así es. Así es, lo estás haciendo muy bien. Sigue así, no te rindas.

Veinte inhalaciones más tarde, mi respiración se estabiliza. Mis manos dejan de temblar y me doy cuenta de que siguen atoradas a las del chico que está sentado frente a mí.

Me limpio las lágrimas que se deslizan por mis mejillas con la manga de la camiseta y me paso las manos por el pelo. Me siento agotada, como si acabara de correr un maratón.

-¿Te sientes mejor?

Parpadeo dos veces antes de levantar la cabeza y mirar a mi salvador; mis ojos asustados y llorosos se encuentran con una boca perfecta, con el labio de abajo ligeramente más rojo y carnoso que el de arriba, y luego suben por una nariz diminuta. Finalmente, mi mirada se clava en un par de ojos negros, rasgados y con largas pestañas. La piel de porcelana del chico, blanca como la luna llena, contrasta con su pelo negro y brilla en algunos puntos bajo los fluorescentes del pasillo.

Mi boca se abre sin querer, dejando escapar un suspiro. Es un bato muy atractivo, y, segundo lo que me ha dicho Daisy, tiene que ser...

-Ty- el chico me extiende la mano y yo me la quedo mirando, sin saber muy bien qué decir. Luego de unos segundos reacciono y se la aprieto, y la expresión de su cara se relaja visiblemente -. ¿Y tú eres...?

-Vanesa- suelto impulsivamente, pero mi voz suena ronca como la de un ogro por falta de utilizo. Carraspeo, maldiciéndome en mi cabeza, y repito esperando tener más suerte: -Vanesa.

Ty me sonríe dulcemente. Se pasa una mano por el pelo, despeinándoselo, y algo en mi interior me dice que así se ve aún más guapo. Ahora entiendo porqué Daisy estaba tan emocionada.

Oh, Daisy...

Volteo la cabeza hacia mi aula instintivamente al pensar en ella, y se me encoge el corazón en el pecho. De repente, se me viene a la mente todo lo sucedido antes con Laia, Jana y los demás, y siento que se me entrecorta la respiración otra vez.

Contrólate, Vi, no te hagas la loca enfrente del chico más popular del colegio. No otra vez.

Gracias, conciencia, aunque no es tan fácil como parece. Y además, no hace falta que me recuerdes todo lo que tengo que hacer siempre.

Ty sigue mirándome fijo, y parece saber exactamente qué estoy pensando. Se acerca un poco más a mi cuerpo y me estremezco.

-Yo... Tengo que regresar a mi aula.

Parpadeo rápidamente porque siento los ojos secos después de tanto llorar y hago el gesto de levantarme. Sin embargo, cuando intento ponerme de pie, Ty me detiene cogiendome por las muñecas, y tira de mi suavemente hacia el suelo.

-Acabas de tener un ataque de pánico- murmura, poniéndole en su voz todo el cariño y el respeto del mundo, -Creo que sea mejor que no vuelvas a ese lugar, al menos por ahora.

No insisto más. Aunque me duela dejar a Daisy sola en un mar de tiburones hambrientos que probablemente le acaban de destruir el autoestima, está en juego mi salud mental. No quiero revivir lo que nunca hubiera tenido que vivir.

Me dejo caer en el suelo y no aparto la cara cuando Ty me acaricia delicadamente la mejilla con una mano. Ese gesto me hace pensar en cuando, hace unos pocos minutos, Laia ha hecho lo mismo y después le ha gritado a la clase que mi piel le había ensuciado las manos.

-No me toques- ordeno automáticamente, y Ty se tensa al instante.

Puedo sentir como la presión de sus dedos sobre mi pómulo disminuye hasta que aparta la mano por completo. Aunque no haya dudado ni un segundo en respetar lo que le he pedido, puedo notar en sus ojos oscuros muchas dudas, y no lo culpo: yo también estaría confundida si un chavo al que literalmente le acabo de salvar la vida me tratase como un trapo sucio.

Con eso en mente me aclaro la voz y susurro: -Perdón. Es que... No quería que te ensuciaras.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now