Capítulo 36. Lydia Bennet era feminista

69 31 20
                                    

Como era de esperarse, estoy castigada.

La buena noticia es que el castigo solo durará dos días, y la mala es que estos dos días coinciden con sábado y domingo.

Por suerte, papá ha sido bastante bueno conmigo: se ha limitado a prohibirme salir de mi habitación (y mucho menos por la ventana), y a quitarme el móvil y la computadora. Cada cierto tiempo pasa como un guardia frente a mi cuarto para asegurarse de que sigo viva y no he cerrado la puerta.

Es sábado por la mañana y no tengo nada que hacer. Ayer terminé la mayoría de mis deberes, y sinceramente no tengo ganas de ponerme a estudiar a esta hora.

Guiada por el aburrimiento, tomo el libro que descansa sobre mi mesita de noche desde hace unos días y lo abro por la mitad. Se llama "Feminismo para principiantes", de Nuria Varela, y aunque no soy ninguna principiante en este tema, tengo que admitir que estoy disfrutando bastante de la lectura.

Cuando me aburro de tanta información teórica, estiro un brazo hacia mi escritorio hasta alcanzar mi vieja copia de Orgullo y Prejuicio, y retomo la historia donde la dejé.

Es buena idea alternar libros de no ficción con otros de ficción, para así mantenerte entretenida sin dejar de leer. Siempre me ha funcionado este método.

Sonrío mientras hojeo las páginas amarillentas de Orgullo y Prejuicio, sumida en los recuerdos que esta novela me evoca; cuando tenía doce años y la leí por primera vez, le comenté a mi antigua profesora de literatura que, a mío aviso, Lydia Bennet era feminista.

La profesora, una de esas mujeres que se creen aliadas solo por haber votado dos veces a Obama, me miró tan mal que temí que se le salieran los ojos de las órbitas. Me dijo con voz muy seria que Lydia Bennet era una pecadora, y que por lo tanto, si de verdad había leído la novela, ya sabría que venía castigada por ello.

Yo le contesté no demasiado amablemente que el único pecado de Lydia había sido ni más ni menos que ser engañada. Le recordé que Lydia es solo una adolescente que busca tanto amor como ella está dispuesta a dar, y que a veces resulta indiscreta solo porque, de alguna forma, tiene que destacar sobre sus cuatro hermanas.

La profesora consideró mi discurso indignante y me obligó a escribir cien veces en mi cuaderno que no se responde a los profesores.

Yo me vengué esa misma mañana pegándole al trasero una nota que decía "Golpéame". Ya se pueden hacer una idea de lo que sucedió a continuación.

Después de dos horas pasadas fantaseando entre los pliegues del mundo encantador de Jane Austen, me levanto perezosamente de mi cama y me dirijo hacia mi escritorio.

Casi sin quererlo, arranco una hoja de papel de mi cuaderno de mates y empiezo a hacer una lista con todos los pasos que necesitaré ejecutar para llevar a cabo mi venganza contra Laia.

Me relaja tener la certeza que esa rubia de bote tendrá su bien merecido, así como lo tuvieron mi vieja profe de literatura y Karen. Todos se van a enterar de quién es Vanesa Gutiérrez, lo juro.

Intento no pensar demasiado en Ty mientras me dirijo hacia el baño para darme una ducha. No sé si me ha enviado algún mensaje, porque mi padre me quitó el móvil en cuanto llegué a mi habitación ayer, pero algo me dice que sí (eso es un paso adelante en mi optimismo).

Hace tan solo unos días estaba convencida de que nunca iba a gustarme nadie, pero resulta que estoy enamorada hasta las trancas de Ty. Sigo sintiendo disgusto por la mayoría de batos de mi edad, pero él está a otro nivel: él es especial. Él me ha ayudado.

Salgo del baño envuelta en mi bata y me encuentro a mi hermano parado enfrente de la puerta. Doy un respingo y frunzo el ceño.

-¿Por qué a ti y a papá les gusta tanto asustarme así?

Juancho cuadra los hombros.

-Tengo algo para ti, así que te conviene ser amable conmigo.

-Me das miedo.

-Y tú me das cringe con esa bata de las Súper Nenas...

-¡Oye!- le doy un empujón, y me pego más la bata al cuerpo con toda la dignidad del mundo-. ¿Me vas a explicar de qué hablas o vamos a estar picándonos todo el día?

Juancho me devuelve una sonrisa exageradamente grande, dejando a la vista todos y cada uno de sus dientes manchados de café y salsa. Luego, extrae mi móvil de un bolsillo y me lo extiende cuidadosamente, como si se tratara de alguna joya preciada.

Yo lo agarro como si de mi vida dependiera. Al instante después, levanto una ceja, muy poco convencida.

-¿Por qué eres tan lindo conmigo?

Juancho suelta un largo bufido y se cubre la cara con las manos en desesperación.

-¿Y tú por qué no te haces escrúpulos en confiar en un perfecto desconocido y me la pones tan difícil a mí?

Me sonrojo tanto que creo que mi piel no volverá a ser de su color natural nunca más.

-¿Cómo sabes de Ty?

-¿Ty? ¿Así se llama el cabrón?- Juancho se cruza de brazos y me dirige una media sonrisa burlona-. Pues me esperaba más de ti, hermanita.

Muevo mi peso de la pierna izquierda a la derecha, incómoda. Siento mi mandíbula tensarse y mis ojos reducirse a dos fisuras mientras el coraje se expande por mis venas como lava.

Estoy conciente de que mi hermano tiene razón, sin embargo no quiero perder mi tiempo desglosando todas las razones que me llevan a confiar en Ty. No quiero que Juancho se entere de que me ha salvado de un ataque de pánico, porque si no se caería esta fachada de "chica ruda" que intento mantener con él y me empezaría a ver por lo que realmente soy: una chica frágil llena de inseguridades desesperada por ser querida.

Levanto la barbilla, casi retando a mi hermano a seguir diciéndome cosas que debería ponerse por donde le quepan.

-¿Fue papá quien te habló de Ty o qué?

Juancho sacude la cabeza y se apoya al marco de mi habitación.

Parece sincero cuando confiesa: -Te vi cuando te escapaste por la ventana, anoche, y entendí que era por algún chico. Intenté entretener a papá lo máximo que pude para que no fuera a tu cuarto, pero al final fue inevitable. Y también vi el Porche estacionado frente a nuestra casa cuando regresaste, por cierto. Bueno, es una tarea prácticamente imposible no fijarse en un Porche cuando el único coche que has tenido en tu vida ha sido Sammy el Twingo...

Me estremezco. Es como si alguien me hubiera aventado un cubo de agua helada a la cara y me hubiera gritado: "¡Despierta, pendeja!".

Mi hermano me ha pillado escapándome y no ha dicho nada; de hecho, hasta ha intentado evitar que mi padre me fuera a buscar a mi habitación.

Y ahora, sin querer nada a cambio, ha descubierto dónde papá tenía escondido mi móvil y me lo ha devuelto. Menudo caballero.

Quisiera darle las gracias, pero algo me detiene. Es mi límite, no sé mostrar cariño a las personas que son de mi familia, aunque se lo merezcan. Siempre estoy pensando que tienen segundas intenciones, y que me quieren o fingen quererme solo porque compartimos la misma sangre.

Cuando alguien externo a mi núcleo familiar se fija en mí, en cambio, siento que realmente lo hace por elección, y no porque "le ha tocado estar conmigo". No sé cómo explicarlo, pero es lo mismo que me está pasando con mi hermano ahora.

Dado que no sé cómo reaccionar, resoplo, altiva, y miro a Juancho sin ninguna expresión en la cara. En su rostro veo los restos de una sonrisa muy débil y un poco miedosa, que casi me da pena.

-Pues tu plan para distraer a papá no ha funcionado- puntualizo, casi escupiendo las palabras. Por alguna extraña razón, se me hace incorrecto pronunciarlas-. Y, justo para que lo sepas, nuestro Twingo se llamaba Sally, no Sammy.

Me voy azotando la puerta de mi habitación, y no sé porqué pero tengo la sensación de haberla cagado.


Simplemente VanesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora