Capítulo 50. El amor es la muerte del deber

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Lucas para el coche en el estacionamiento del instituto justo antes de que me de una crisis de nervios.

-Ya está, señorita- me dice en tono burlón indicando el complejo escolar-. Ha llegado a su parada.

Estoy tan furiosa que pienso en mil maneras de matarlo. Tal vez estrangularlo sea la mejor opción, porque de momento no tengo ninguna arma ni remotamente peligrosa a mi alcance.

-¿Y entonces?- los ojos nublados de Lucas siguen fijos en mí mientras intento recomponerme y regularizar mi respiración-. ¿No vas a darme las gracias por haberte salvado el culo por segunda vez?

Me ruborizo tanto que creo que voy a estallar.

-¿Salvarme a mí?- me giro hacia su estúpida cara e intento no hacerme distraer por su encanto-. Nadie te pidió que me salvaras, que te quede claro.

-Pero tampoco te quejaste cuando te aparté de un balón que iba a tres mil kilómetros por hora y te llevé a tu destino.- Lucas levanta ambas cejas tres veces y se acerca a mi cara.

Ha de haberle pillado el gustillo a hacer que mi corazón lata como loco cuando estamos tan cerca, porque si no no se explicaría su comportamiento.

Sus ojos me atrapan y, otra vez, vuelvo a sentir la misma esperanza desesperada y empalagosa que tanto odio y que al mismo tiempo me recuerda que estoy viva.

Es repugnante.

Es nueva.

Quiero estudiarla con el microscopio y, al mismo tiempo, no volver a pensar en ella durante el resto de mi idiota vida.

Resoplo.

-Gracias por haber aporreado mi ventana con piedras y haber conducido a doscientos kilómetros por hora- digo entre dientes, escuchando la parte más racional de mi ser-. Eres todo un caballero.

Me cuesta, pero al final logro zafarme del poderoso hechizo de esos ojos grises y me desabrocho el cinturón.

Ya basta de estar confundida, de ser engañada por un capullo que a solas me da esperanzas y en público me humilla. Nunca seremos ni de lejos compatibles, porque yo soy baja y morena y él alto y blanco; porque él está forrado de dinero y yo apenas tengo para comprar comida; porque podría volver a hacerme daño y en este momento de mi vida solo quiero un hombro sobre el cual llorar.

-¡Espera!- Lucas me agarra de la muñeca antes de que yo logre abrir la puerta del coche-. No pienses que te salió gratis el aventón.

La sangre se me congela en las venas.

Lo sabía, sisea mi conciencia, dando brincos en mi cabeza, quiere algo a cambio. Alguien cómo él nunca podrá ser verdaderamente amable solo porque le sale del corazón.

-¿Qué es?- pregunto, altiva, girándome hacia él-. ¿Qué quieres?

Fuera, una gaviota se posa pesadamente sobre un carro al lado de la Cadillac de Lucas. Parece tener ganas de escuchar nuestra conversación.

-Quiero que me digas por qué tenías tantas prisas de ir al insti hoy.

Silencio.

Me he quedado boquiabierta.

Sinceramente, no me esperaba que dijera eso; estaba lista para algún tipo de chantaje o petición absurda, pero esto se sale de todos mis esquemas.

-Si estás planificando algo contra alguien- prosigue Lucas, de repente serio, -te aconsejo que lo dejes de inmediato. Los rumores corren rápido en este colegio, y supongo que no quieres que la gente hable aún más de ti.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now