Capítulo 37. Hierba mala

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Finalmente Ty me ha escrito. O, mejor dicho, me ha enviado una foto que lo retrae a él firmando autógrafos en medio de un evento importante, de esos donde hay camarógrafos y fondos colorados con el nombre de los sponsors.

No me ha escrito en todo el fin de semana, ni siquiera después de nuestra no-cita, pero ahora ya se porqué: ha estado ocupado viviendo su vida de famoso.

Dejo escapar un suspiro de alivio y cierro mi casillero con su respectiva llave. Tecleo rápidamente un mensaje para Ty, preguntándole si hoy va a venir al colegio. Es lunes, por lo tanto me toca mates avanzadas en primera hora, y no sé cómo podría sobrevivir sin él.

Me dirijo lentamente hacia mi clase, tapándome cómo puedo el rostro con la capucha de mi sudadera. No la he lavado en dos semanas, así que apesta a sudor y a huevo podrido, pero es lo único que puede hacerme pasar desapercibida ahora.

Me jalo más la capucha delante de los ojos cuando veo a Laia entrar en el aula. Me escondo tras un casillero y la observo detenidamente mientras su pelo rubio le ondea por atrás, como en los cartones animados cuando alguien se hecha a correr. Maldita sea.

Aprieto las correas de mi mochila hasta que me duelen las falanges, y repaso mentalmente mi repertorio de insultos en mexicano. Intento visualizar la lista que hice el sábado para vengarme de Laia, y de repente me siento mejor. Saber que mi plan ya no es solo una idea inmaterial y que ahora está grabado con tinta en el papel, me proporciona una serenidad del otro mundo.

Reviso mi móvil para ver si Daisy me ha escrito, pero compruebo que el último mensaje que nos enviamos fue ayer, cuando nos llamamos y le conté que tenía algo muy importante que decirles a ella y a los demás.

Ni modo, pienso, tragando con dificultad; si Daisy llega con retraso como de costumbre, me tocará entrar en el aula sola. Ni de coña voy a sacarme otro menos por haber llegado dos minutos después de que suene el timbre, porque sería una excusa perfecta para Me Hitler para humillarme.

Enciendo otra vez la pantalla de mi celular, esperanzosa, pero la única notificación que recibo es de la Latino Gang: Chris acaba de enviarnos una foto de su cara mientras caga en un baño del colegio. Menudo asco.

Respondo con unas emojis que vomitan y ordeno a mis piernas que caminen hacia el aula. Solo faltan cinco minutos para que empieze la clase.

Cuando entro, no hay rastro ni de Ty ni de Daisy. Mr Hitler, sin embargo, ya está sentado en su silla. Más lo observo, más me convenzo de que es un republicano racista; su escritorio está cubierto de banderas estadounidenses, y hasta tiene una pequeña bandera confederada que piensa que no notamos. ¿Qué clase de persona exhibe algo así?

Me estremezco cuando veo que en su escritorio están apiladas las pruebas de mates que hicimos la semana pasada. Mi corazón se detiene: espero haber aprobado.

Paso rápidamente junto a las perchas colgadas a una pared, y ocupo el pupitre más alejado del profesor que encuentro. No quiero que me mire, no quiero que se percate del miedo que hay en mis ojos. 

Mi mirada se desliza de un lado al otro del aula, y se detiene sobre la cara blanquísima de Jana, su nariz respingona y su pelo perfecto, adornado con horquillas doradas. Parece tan estúpida mientras coquetea con Kanye, y me pregunto porqué rayos las mujeres se divierten a hacer las tontas para seducir a los hombres.

Yo no hice así con Ty, o por lo menos no concientemente. Hay muchas formas de gustarle a un chico sin necesidad de sonreír exageradamente como en un anuncio de pasta de dientes, o sentarte sobre su regazo como si en el aula faltaran sillas.

Pongo cara de asco.

Laia está ocupada ajustándole el cuello de la camisa a un bato alto y musculoso, que la mira como si fuera una vagina con piernas. Yo no quiero que alguien me mire así nunca. Probablemente, si Ty lo hiciera, le soltaría un madrazo que lo teletransportaría directamente a Centroamérica.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now